Esto data de la prehistoria. Del 2001. Lo escribí para “Ciudad Invisible” una revista de Valparaíso sobrevive y crece hace una buena cantidad de años. Da algo de grima leerlo: Los Prisioneros aún no se juntaban de nuevo y todavía existía Extra Jóvenes. Lo rescato por las citas a los años 80 y porque la arqueología de nuestra música pop puede ser harto reveladora de nuestra identidad. Supernova y Stereo 3 murieron en el intento. Heyne sigue ahí, haciendo de sí mismo. A ratos es genial. A ratos aburre. De Glup nunca más se supo. No se les echa de menos. Nada mejor que un single de Guiso o Ramirez para exorcirsarlos a todos ellos. Cuando se escriba la era noventera supungo que saldrán a la luz. Cobain aún no es un dios menor como Lennon -caracterizado así en el trip de ácido que se tira King Mob en "The invisibles"- y vive en las películas de Van Sant. Eso me hace, por un rato, respirar tranquilo.
Las canciones pop son criaturas extrañas. Aparecen en el momento y lugar justo y sin querer decir nada, lo dicen lo correcto. La arqueología del pop chileno tiene ejemplos tan retorcidos como ilustres: mientras Los Prisioneros largaban todo su odio contra el sistema escolar en "El baile de los que sobran", Engrupo hacía una apología de la amnesia política en el estribillo de su único y más recordado single: "¿Por qué tengo que estudiar historia/si nunca me entrará en la memoria?". Es divertido que de a Gonzákez y Cía aún se les prendan velas y que, en el extremo opuesto, Vargas (la encarnación perfecta de la cara bonita de la dictadura: rubio, vestido a la moda, músico más de high-school que de liceo público) haya logrado su mayor mérito artístico en los 90 haciendo de extra en "El día de
Sé que resulta demodé recordar a bandas tan espantosas como Engrupo, que ni siquiera amerita un revival pero lo que importa es que la banda de Vargas es una muestra más de que el pop siempre es político. Otro ejemplo perturbador: la mayor atracción del concierto de Amnistía Internacional realizado en Santiago en 1990 no fue ni Peter Gabriel, Sting o Sinnead O' Connor sino esa histérica boys'band llamada New Kids on the Block. Uf. Así de simple.
Por estos días, en ese contexto tanto Supernova como su versión masculina, Stereo 3, son las bandas más políticas del mercado masivo a pesar de que en contar las historias predilectas para la masa teen no haya más objetivo que ganar dinero. En tanto productos pop juveniles son objetos con un delta de vencimiento a corto plazo. Un producto donde el envoltorio meloso de la autobiografía no esconde más de lo que muestra: la ironía de que en Chile hacer pop sintético sí sea un riesgo.
Las letras de Supernova no dicen nada importante pero es esa insoportable levedad lo que los adolescentes necesitan escuchar hoy día. Letras sobre virginidades perdidas, decepciones amorosas y juegos de traición. Sexo, mentiras y discotecas. Cero poesía, hartos clichés y uno que otro desgarro en la voz. Un un puñado de singles promocionados en la radio con el frenesí de la exhibición del diario de vida de la adolescente promedio que, milagros del pop, ha sido escrito por una dupla de productores.
Cristián Heine y Koko Stambuk, que firman como Packman, han puesto sobre la mesa la ética amorosa del nuevo milenio. El costado más emblemático de Supernova no es el énfasis en su calidad de banda de laboratorio sino la posibilidad de que sus canciones pop hagan lo que el rock chileno dejó de hacer años, contar historias. La ironía: como banda de chicas Supernova destaca por la capacidad apelativa de sus canciones. Y este hecho me parece casi milagroso porque por primera vez en mucho tiempo la industria discográfica ha comprendido la sincronía perversa entre la música y el signo de los tiempos que representa.
Hace diez años Supernova era inviable para una sociedad chilena que intentaba reconstruir a como diera lugar la ilusión de sus prácticas democráticas. Hoy reconocemos esa ilusión como una moneda común y algo de frivolidad puede resultar hasta irónico. La idea de una banda como Supernova tiene esa capacidad, la de demostrar que lo comercial siempre está enunciando otro mensaje, aunque no lo quiera.
Lo que aparece ahí es una ética amor imposible en el rock chileno, perdido como está en su carencia de letras inteligentes y de poses de culto. Y no es mérito de las tres chicas que cantan en la banda, ni de los productores. El mérito está simplemente en decir las cosas adecuadas y de paso ganarse un disco de oro. No es una mala idea, por cierto, porque justamente en su negación, en poner al frente la frivolidad, la pubertad y el cliché como bandera de lucha, el pop puede tener un costado algo afilado. Y el pop se vuelve político porque habla de la gente, de cómo se siente, de cómo se rompen el corazón unos contra otros una y otra vez.
Ese es un mensaje que las bandas del rock chileno habían olvidado en los noventa, en su afán de legitimar una escena local que se desinfló de la misma manera en que se desinfló la narrativa, la historieta y el cine. Es divertido que esa clase de idea tenga que llegar empaquetada en los códigos masivos de canciones pop perpetradas por un par de productores que dejan mucho que desear en sus respectivas bandas. Glup!, el grupo de Stambuk siempre se ha empeñado en resucitar la ironía del brit pop careciendo de la mordacidad mínima para pasar de uno que otro escandillo estilo The Who o el sampler/plagio de Blur. Heine, por su parte ha sacado las divisas exóticas de creerse un artista de culto sin intuir que los artistas de culto son legitimados por el público, jamás por ellos mismos. En Supernova y su versión masculina, Stereo 3, por el contrario se notan cómodos a la hora de diseñar baladas para niñas que recién sufren su primera menstruación. Tal vez es eso lo qu debieron hacer siempre, en vez de intentar convencer al medio de su genialidad artística. Puede que esté diciendo una herejía, pero en una canción de Supernova, en la voz de cualquier de esas adolescentes cuicas y consentidas hay más verdades, más historias que en todos los tracks de Solar, por ejemplo.
En ese contexto, lo que está en juego aquí es la identificación que pueda tener un objeto con el público que lo consume y para eso no hay receta que valga. La gente no es estúpida y carentes como andamos de espacios de representación puede que sea necesario verle el lado creativo al consumo. Basta con ver lo que ha pasado con Vox's, el grupo de Rodrigo Eytel, el sujeto que defendió al coronel Pedro Espinoza, fue miembro de Renovación Nacional y que veraneaba en el fundo de Pinochet. De un día a otro Eytel despertó con la idea de formar una banda al estilo Backstreet Boys. Reclutó parientes, amigos y conocidos y grabó un disco en Miami. Eytel, cuya verborrea fascista daba un toque de realismo mágico al horror del procesamiento a Manuel Contreras, esperó que la crítica y la audiencia se rindiera ante su disco. Los entendidos lo destrozaron y el público masivo aún no lo conoce a pesar de que ya ha hecho el circuito que empieza con Extra Jóvenes y termina en el horrible Mekano. La radio Rock'n Pop lanzó el año pasado su primer single y le pidió al público que diera su opinión por teléfono, fax o mail. Uno de los auditores dijo que era "música que agiliza la defecación". Eso fue todo. Vox's no volvió a sonar en la emisora. El cliente, o el público, como siempre tenían la razón.
