comelibros
Friday, September 30, 2005
  comelibros: dream team

El comelibros de hoy es puro brit-pop. Cada vez leo más a Martín Amis y me dan menos ganas de leer a Kureishi. De eso se trata este texto. De la enésima vuelta del dream team de las letras inglesas por estos lados, algo que no es menor y que se interroga por –por ejemplo- el futuro de la ficción y el sentido de escribir novelas. Así están las cosas. Soundtrack: The Libertines o Cornershop.

Cada vez que voy a la casa de mis padres hojeo mi viejo y ajado ejemplar de “El buda de los suburbios” de Hanif Kureishi, que dejé ahí y que data de los 90, cuando Kureishi no estaba tan canonizado y yo era fan de esas películas demenciales y urbanas que le había escrito a Stephen Frears. Kureishi era lo mejor de Frears, que luego vendió su alma a Hollywood y después nunca pudo recuperarla del todo. Y lo que estaba en esos filmes (“Samie y Rosie van a la cama”, “Mi hermosa lavandería”) también brillaba en “El buda...” y por eso me encantaba: el extrarradio de las grandes ciudades, un punk algo alegre, la ironía casi documental de una literatura que no esquivaba la violencia y que era, en el fondo, un mecanismo implacable, paródico, para leer la vida en provincia.

Pero eso era antes, cuando Kureishi era joven y se comportaba como una buenas y eternas promesa. Ahora Kureishi y el resto del tandem del dream team inglés vuelve: Ishiguro, McEwan, Amis. Todos con sendas novelas nuevas y traducidas con ese swing tal cool, reconozcámoslo, de Anagrama. Y no sé si los vaya a leer. Posiblemente sí pero no como antes. A eso mejor tiene que ver con que son tan brillantes que llegan a intimidar. Alguno va a ganar el Nobel un día. McEwan e Ishiguro, por ejemplo, van para allá. No fallan. Apuntan, disparan y matan. Novelistas imposiblemente perfectos, su destreza narrativa puede llegar a ser incluso glacial. Recuerdo haber comentado “Expiación” y “Cuando fuimos huérfanos” y haber encontrado geniales el virtuosismo técnico y la cristalería de la prosa, pero también inquietantes. Porque no hay nada más extraño que comentar un libro –como “Expiación”, por ejemplo- que va a pasar automáticamente a ser un clásico. Se padece una sensación de dejavú, de estar interpretando, con escalofríos en el cuerpo, un papel ya diseñado de antemano. Es como si esos libros fueran casi piezas de museo con polvo falso sobre su superficie, brillando en el lejano e insoportable anaquel de las grandes obras maestras de la literatura contemporánea.

De ahí que al que leo ahora con mayor atención es Martín Amis. Amis, que era el que más prometía de todos ellos en los 80, es el que ha tenido –tras divorcios, tratamientos dentales y paparizzis- una conducta literaria más errática. Amis nunca ha podido superar, como novela, a “Campos de Londres” pero –en compensación- se ha dado cuenta de que el camino va por otro lado, sobre una idea de la ficción más multiforme y ambigua. O sea, hay vida más allá de la novela. Esa es la razón de que haya probado suerte en textos tan al límite –entre ficción y biografía, entre invención y documento- como “Experiencia” y “Koba el terrible”.

Con un obra que admite su condición mutante y que trabaja desde sus propias fallas –una tendencia al disenso gratuito y a cierta explosión egomaníaca, emparentada con la de su amigo/hermano/némesis Christopher Hitchens-, Amis indaga en zonas a las que Kureishi, McEwan e Ishiguro no les interesa demasiado tocar. Mientras los otros envejecen, Amis rejuvenece con una literatura hecha de pura urgencia, rabiosa casi siempre, que se revisa como las fotos de una guerra donde no se ha resuelto nada aún: una batalla de las formas tradicionales contra la invasión de otros géneros –el periodismo, la historia, el testimonio, etc.-; una batalla donde se esboza la pregunta de cuál es el futuro -¿o el presente- de la literatura.

Revista de Libros, El Mercurio, viernes 30 de septiembre del 2005.

 
Wednesday, September 28, 2005
  walken para presidente

Hizo de ángel caído.
Fue el rey de Nueva York.
Estuvo metido en un bunker casi cuarenta años, pensando que la guerra fría había devenido en un Apocalipsis mundial.
Mató a Dennis Hopper.
Bailó y voló para superar la tristeza en el vestíbulo de un hotel desolado.
Se pegó un tiro en la cabeza jugando a la ruleta rusa y no pudo volver de Vietnam.
Cabalgó un córcel del infierno sin cabeza.
Sobrevivió a Vietnam con un reloj de oro metido en el culo.
Habitó el hotel New Rose.
Y ahora vuelve, listo para el próximo año: Christopher Walken, candidato a Presidente de los Estados Unidos de América.
Mejor que Huilcamán & Hirsch & Bachelet & Lavín & Piñera juntos.
Ojalá hubiera algo así acá.
Con ese garbo.
Con ese estilo.
Con esa maldad.
Con ese swing salido del infierno que es capaz de abrir a patadas las puertas del cielo.

 
Tuesday, September 27, 2005
  nuevas mitologías

Aún no veo la última parte de Star Wars. Me la perdí intencionalmente. Esquivé el hype y preferí esperar. Para algo está el DVD. No me arrepiento. Pero antes –como uno modo de rondar el tema- analicé el fenómeno. Como estoy en el rollo de que todos son escritores sin quererlo, leí a Lucas como un escritor. Y escribí esta columna para Revista de Libros, que se exhibe ahora como espejo de una de Ortega sobre el tema que leí recién. ¿De qué tratan ambas? De los modos extraños que tenemos para lidiar con nuestras nuevas mitologías. Eso. Que la fuerza los acompañe o alguna barbaridad de ese tipo.

"Tú escribes esta mierda, pero soy yo el que tengo que decirla" le decía Harrison Ford a George Lucas en el plató de "Star Wars", allá por la mitad de los 70. Ford tenía razón: los diálogos eran horrendos (algo sobre saltar al hiperespacio o una estupidez semejante) pero la cinta iba a sobrevivir más allá de las salas de cine. Dirigida, producida y sobretodo escrita por Lucas "La guerra de las galaxias" original ofrecía los recuerdos falsos de una épica futura, inaugurando una mitología pop casi clásica pero también una manera de ver cómo un autor (Lucas) convive con sus personajes. Nadie ha tratado a Lucas como escritor pero tal lo sea. Eso porque su obra, su mirada y sus aspiraciones parece más las de un narrador obsesionado con una novela total que de un productor desesperado por reventar las taquilla. Ahora que la ha terminado, su saga se muestra como un work in progress donde vemos el deseo desesperado de un autor enfrascado en la corrección de su obra, ordenando hasta su apócrifos más nimios. Después de casi treinta años, seis largos, un horrendo -y perdido- especial navideño y la proliferación casi bacteriológica de productos y marketing asociados, "Star Wars" puede ser leída como el esfuerzo inútil de un autor intentando controlar las leyendas accidentales que creó. O sea, Lucas como un autor cuyo fracaso es haber tenido demasiado éxito. No es algo nuevo, ni está tan lejos de la ci/fi y la literatura de género. Asimov -que inventó dos tercios de los conceptos de la saga de Lucas- se perdió en las infinitas e idiotas continuaciones de "Fundación". A Frank Herbert la imaginación le duró hasta la tercera entrega de "Dune". A Lucas -estos días- le pasa lo mismo, está intentando adelantarse a sus propios fans y superar las visiones y las escrituras y el imaginario que ellos vienen creando desde hace años: novelas por entregas de fan-fiction, foros de discusión, juegos de rol y hasta principios religiosos. Como autor, como escritor, Lucas no soporta que los freaks se hagan cargo de escribir -cada uno a su manera y por su lado- su universo y por eso se asusta y filma sus secuelas/precuelas. Pero no resulta. Es fácil darse cuenta del truco: las ficciones oficiales -las cintas- ordenan el imaginario pero las marginales -los cómics, las novelas- lo vuelven más entretenido, más denso. Por eso no tienen tanta gracia las nuevas entregas de "Star Wars": fallan en esa vegonzosa explicación del origen de la Fuerza a la vez que pierden el aire antiguo, casi artesanal de esas naves espaciales de los 70, un tono que J.G.Ballard comparó con los automóviles oxidados y varados en las calles de la Habana de Castro. Así, Lucas, un escritor sin novelas, se cae en lo básico. Olvida los materiales originales de su relato: la parodia y las reglas del género. Lucas, como escritor de una novela total, se quedó en el camino. Se creyó Cervantes pero no pudo en el round contra sus propios Avellanedas. Tal vez porque su universo era precervantino. Esa era su gracia: fragmentos que no enlazaban escritos por distintos autores. Pedazos de leyendas flotando en el espacio como naves averiadas. Pulps plagiados de otros pulps. Partes del basural de nuestra cultura contemporánea, de las que los lectores podían agarrarse y a partir de ahí, continuar con la obra, hacer crecer la mitología, ser parte, fundirse en ella.

 
Monday, September 26, 2005
  street movie the blog

Escribí un libro de postales urbanas que estoy corrigiendo y remozando y que va a salir en enero por el Mercurio-Aguilar. Escribí sobre ciudades y tomé notas y me puse a mirar con más atención. Leí. Compré una cámara fotográfica. Hice lo que hacen los cronistas serios. Me metí en el tema conseguí historias, modifiqué otras para efectos dramáticos. Estuve seis meses en eso. No paré. No tomé momentos de descanso. Y terminé el maldito libro, que me gustó bastante. Y, lo más raro, hacia el final no pude salir del tema y seguí obsesionado. Así que armé otro blog alternativo a este, un hermano mutante y disfuncional. Se llama street movie (peliculacallejera.blogspot.com) y funciona como partes de una película que no ha sido filmada: los fotogramas, las polaroids instantáneas que voy recogiendo por la ciudad. Grafittis, stenciles, avisos, juguetes. Los tatuajes de la city que se me aparecen y que no puedo evitar. A veces las imágenes van con notas. A veces solas. Eso. Bienvenidos.

 
pop & ficción, notas al azar, work in progress y crónicas inmediatas by bisama

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