comelibros
Friday, December 30, 2005
  Diez cómics esenciales del 2005











Como Marisol García & Pancho Ortega & Sergio Coddou han anotado su lista de discos y libros preferidos del 2005, yo me sumo e intervengo la nómina: mi lista de diez historietas esenciales del 2005, entre nuevas y una que otra reedición.

1-. “Parque Chas”. Ricardo Barreiro & Eduardo Risso.

Los argentinos reeditaron este pequeño clásico de la década de los 80, publicado en Fierro. Una obra sobre un barrio encantado donde hay agujeros negros, bibliotecas de terror, túneles secretos construidos por Perón y mitos urbanos melancólicos, todo con un trazo gris y rugoso que le da un aire noir inquietante al comic, una densidad por cierto necesaria. Barreiro murió hace unos años y Risso ahora se luce USA con “100 bullets”, escrita por Brian Azzarello mientras artistas como Marcelo Frusin consagran su estilo como una cita obligada.

2-. “All Star Superman Nº1”. Grant Morrison & Frank Quitely.

Los tipos de Wizard lo eligieron como el mejor número suelto del año. Completamente de acuerdo, a pesar de que Wizard, en cierto modo –y al decir de Warren Ellis- sea el infierno. Morrison escribiendo al mejor mito de todos y Quitely dibujándolo con esa pesada gracia que tiene. Hay una conspiración. Está Luthor, unos cuantos bizarros y Lois Lane. Morrison se dio cuenta y actuó en consecuencia: Superman es por fin pura ciencia ficción. Y de la buena.

3-. “Authority: Revolution 1-12”. Ed Brubaker & Dustin Nguyen.

No está al nivel de Millar o Ellis pero Brubaker es un tipo aplicado que sabe hacer cosas con los personajes: diálogos insidiosos, escenas capaces de espantar al lector. Nguyen, por su parte, puede ser espectacular si lo quiere. Por otro lado, el formato del cómic permite a personajes como el nuevo Doctor: un adolescente palestino suicida que de un día para otro se transforma en el chamán del planeta tierra.

4-. “The Ultimates Vol.2, Nº 9”. Mark Millar & Bryan Hitch.

Lejos lo mejor del año. Hitch dibuja en widescreen imágenes y escenas de destrucción masiva que sólo Millar puede crear. Además, sexo, traiciones y destrucción masiva. Imponente. Imprescindible.

5-. “Desolation Jones Nº 1-4”. Warren Ellis & J.H. Williams III

Un pequeño placer culpable. Chandler mezclado con los hermanos Coen y Delillo para contar la historia de un hombre muerto que busca en L.A. una película porno filmada por Hitler. En el medio, visiones de angeles fluorescentes, teorías de urbanismo moderno y snuff movies. Para explicarlo; una anotación del mismo Ellis: “Adolf Hitler is said to have at one time possessed the largest collection of nude paintings in Europe. Intelligence documents have also revealed him to be quite addicted to the dirty stories that were run in Nazi rags as a sop to the horny underclasses. And Eva Braun famously took home movies of Hitler at play on holiday. And, you know, they were down in that bunker quite a while. So this doesn’t exactly come right out of left field”.

6-. “Planetary Nº 22”. Warren Ellis & John Cassaday.

Más Ellis, de la mano ahora de Cassaday, que la rompió por su lado con el “Astonishing X-Men” escrito por Joss Whedon. “Planetary” es una obra mayor, que lleva varios años desarrollándose. Ellis reflexiona con ella sobre la cultura del siglo XX: desde los pulps hasta Ian Fleming, pasando por Conan Doyle. A veces, el conjunto parece disperso pero cada número es genial casi siempre porque son la anotaciones de un lector, el modo en que tipo adora e interviene los cómics, las películas y los libros que ama.

7-. “Shaolin Cowboy”. Geof Darrow.

Los siento. Soy fan de Darrow. Nada que hacer y hasta una obra menor –al lado de sus colaboraciones como Frank Miller- me interesa: hiperrealismo, western moderno y sangre por doquier.

8-.”Solo” Mike Allred.

Mike Allred es mi dibujante favorito y este es el número de historias cortas que publicó DC en un unitario. Mientras uno siente síndrome de abstinencia por sus X-Static, una pequeña historia con el Batman de Adam West para remediarlo.

9-.”Invencible”. Robert Kirkman & Cory Walker.

Robert Kirkman puede ser uno de los autores revelación de los últimos años. Pendejo freak devenido en guionista logró en una miniserie de “Superpatriot” para Image meter al cerebro de Adolf Hitler en el cuerpo de un gorila mientras el héroe –un soldado cyborg con hijos estúpidos y crisis de la mediana edad- daba vueltas de un lado para otro rumiando su pena. Kirkman e ligero, tiene ideas interesante y además conoce al dedillo la mitología del comic-book americano. Su “Invencible” es su interpretación de ella: una familia de padre-hijo superhéroes con un secreto horrible. “Invencible” tiene litros de sangre y destrucción masiva, pero también crisis vocacionales, problemas afectivos y diálogos filosos.

10-. “Runaways Vol 2”. Brian K. Waughn & Adrian Alphona

Una pequeña delicia adolescente que es capaz de zamparse al universo Marvel con la delicadeza de un clásico inmediato. Una banda de adolescentes hijos de un grupos de supervillanos que habitan al interior de un zoológico –o parque de atracciones- en ruinas mientras intentan remediar los pecados de los padres. Hay viajes en el tiempo, citas a viejas canciones de The Who y la sensación del lector de estar leyendo –en cómic- lo más parecido a “Rebelde sin Causa” escrito jamás.

 
Tuesday, December 27, 2005
  comelibros: Dj poet & clones

He estado fuera por un rato. En las últimas tres semanas terminé de corregir “Postales urbanas”, un libro de crónicas que sale en enero por El Mercurio-Aguilar (más información la próxima semana), cerré el año académico y me leí Infinite Crisis Nº 3, la biografía de Luis Dimas y un libro de cuentos cortos de Dave Eggers, entre otras cosas. Tenía la cabeza y el disco duro ocupados. Ahora vuelvo y este blog recupera, en cierto modo, algo de periodicidad y para ponerme al día subo las dos últimas columnas de Revista de Libros. La foto -una foto porteña, una imagen que Carla descubrió y que yo me apuré para sacar- es por supuesto, alusiva a las fiestas.


DJ Poet

Hace un par de semanas con Sergio Parra hablábamos del poeta como discjockey. Léase “Dj”, “dejota”, “diyei”, “pinchadiscos” o como diablos se escriba o diga. En esa conversación, recuerdo, Parra hacía un gesto como si jugara con tornamesas invisibles, mezclando discos imaginarios. Lo raro es que la idea me quedó dando vueltas, así que leí –de nuevo, y no sé si eso es bueno, malo o peor- “Cantares”, la antología de poesía joven de Raúl Zurita, revisé clásicos y pensé en el asunto. Y llegué a algunas conclusiones que en realidad son intuiciones. La central: Sergio Parra tiene razón. Los mejores poetas de estos días son diyeis. Cortan, pegan, hacen piruetas, saben entretener al público. Al azar, pienso en Germán Carrasco, que parece bebopear en un club de acid jazz. O en Bertoni, una discoteca andante de soul y funk. O en Bruno Vidal, que mezcla marchas militares y gritos de horror en cacofonías que él sólo puede bailar. O en Diego Ramírez, puro pop tipo Placebo. Y por supuesto, en el viejo Nicanor Parra, que es el culpable de todo. A él, por lo menos acá, hay que responzabilizarlo porque cuando declaró que los poetas habían bajado del Olimpo, también destruyó de paso, ese tópico gastado –tipo poesía de bar porteño- donde el poeta declamaba de manera épica, nasal y sufrida, como si le doliera hasta el aire. Basta leer sus discursos de sobremesa para darse cuenta. Como en una discoteca donde todo vale –desde el kistch hasta lo clásico- parra es capaz de citar a Rulfo e intercambiarlo con el Chapulín Colorado mientras mueve las caderas. Parra remezcla tradiciones sin perder estilo, el swing. Lo mismo ocurre con Maquieira, que salta de Brando a Ratzinger como si manejara vinilos en una pista de baile apocalíptica. Maquieira mezcla a Parra y Parra mezcla al resto. Y así vamos. Y la poesía chilena es un montón de remixes, de extended plays, de versiones para discotecas. Debe ser un infierno, por cierto, para lectores aplicados de las obras de Neruda, que esperan en cierto modo el tono de un trovador iluminado y fácil de digerir. Pero por el contrario, hay que pensar que se trata de un territorio que agradaría a un Enrique Lihn, capaz de desfenestrarse en infinitas retóricas para señalar la imbecilidad natural de la literatura: manejo de citas propias y ajenas, caricaturas, invención de personajes. Su Pompier en cierto modo me recuerda a esos músicos electrónicos que se dividen en varios seudónimos, verdaderos laberintos de identidades que los hacen desaparecer. Por otro lado y a ratos, la mejor poesía nacional no tiene nada nuevo que decir pero sí harto que agitar y revolver, de convertirse en su propia parodia. De ahí que el poeta diyei no sea más que una máscara, un método, un sistema, una forma de zafar al aburrimiento de un género inútil. Por supuesto, esto es bueno y malo a la vez. Porque, por ejemplo, una buena parte de los pinchadiscos que se dicen dejotas son simples encargados de amplificación –cosa que le pasa a la mitad de loc chicos/as de “Cantares”-. Algunos, otros, son estrellas reales y no puro cuento, gente que convierte a la mezcla en un hecho estético, en un evento, un trip camino a otro planeta. La verdad, es que eso no pasa demasiado. Nuestro mejor poeta joven sigue siendo Nicanor Parra. Hay más vanguardia en su “Lear: Rey & Mendigo” que en los últimos diez años de poesía joven. Por otro lado, pienso en una frase que leí de Norman Cook, también llamado Fatboy Slim, DJ devenido en estrella dance, una frase que resume, que puede hacerse cargo de toda la última poesía chilena: “cuando soy DJ, tengo que pretender que soy aún más grande de lo que realmente soy, saltando en el escenario, moviendo los brazos en el aire”.


Clones

Nota crítica: es literariamente lamentable que Michel Houellebecq se haya enamorado o sea feliz con sus millones de euros. “La posibilidad de una isla”, su novela más reciente, carece de la sangre fría que constituía lo mejor de “Las partículas elementales”. Ahí, Houellebecq, era un narrador glacial, de un humor negro que no admitía nada más que la ironía y el horror. Ahora es un romántico solitario que llora por los pasillos y se entrega a la melancolía con el mismo fervor con el que antes abrazaba el nihilismo. Por supuesto está el obligado porno y unos cuantos kilos de misoginia pero algo se ha perdido y se le echa de menos tal y como se extraña cualquier placer culpable.

Así, Houellebecq, vuelve sobre el tema de los clones y los saca de la ciencia ficción para meterlos en un debate respecto a cierta saudade endémica de la cultura europea contemporánea. Pero lo interesante del libro no está ahí sino en las variaciones del modo en que lo leemos acá. Mientras nuestra clase ilustrada empatiza con su misantropía -que en el fondo es temor-, otros sospechamos que nos estamos perdiendo algunas cosas.

La razón: nosotros, los lectores latinoamericanos, somos los clones del presente. Somos clones leyendo una novela de clones. Y es una hipótesis que no hay que doblar mucho para que funcione porque leída desde acá -que es el tercer mundo o la cuarta dimensión- es aún más compleja porque sí, si se mira con detención tenemos algo de eso: la mano obrera de recambio perpetuo, los órganos del mercado negro, la identidad degradada en laberintos de pastiches, las versiones piratas de otras culturas. Nuestro mejor autor, Borges, era maestro de la clonación, por ejemplo. Basta mirar al XIX: nuestros padres fundadores clonaron sucesivamente al romanticismo, el realismo, el naturalismo. Algunos (Blest Gana, por ejemplo) eran clones aplicados, otros (Sarmiento), eran clones rebeldes. Angel Rama, tal vez el más lúcido de nuestros críticos, lo comprendió perfectamente: cuando habla de “transculturización narrativa” se está refiriendo en cómo nos apropiamos de la literatura de los otros para hacerla nuestra, de cómo la cambiamos y la volvemos única. En cómo deja de ser clónica para construir una identidad excepcional.

Y el tema está ahí. Daniel 25, el narrador de la novela de Houellebecq, podría no estar hablando desde el futuro sino desde Latinoamérica. Podría ser un escritor local, perdido entre Los Andes y el Pacífico. Un escritor que lee a su autor favorito y se pregunta por los agujeros negros en la traducción, por los métodos, por las imágenes. Por todo eso que no es suyo y es suyo a la vez. Esas preguntas –y sus consiguientes respuestas, que son los libros- son sus modos de emancipación, su forma de conseguir una identidad. Un clon que trabaja para dejar de ser clon. A veces se traviste con el manto de lo apócrifo, hace suyas aquellas imágenes falsas y las convierte en verdaderas. A veces hace contralecturas, escribe desde los intersticios y mientras los interviene intenta adquirir densidad y peso y visibilidad. Intenta conseguir sustancia. Prueba modular una voz propia, afirmar su individualidad, su excentricidad. A veces lo logra mientras sostiene la katana del parricidio y practica el kárate de la angustia de la influencia. A veces, un porcentaje indeterminado de las veces, se queda en el camino y no llega a ninguna parte, el laberinto de la identidad y sus reflejos torcidos lo devoran –como una maldición bíblica- por un rato, por un día o para siempre.

 
pop & ficción, notas al azar, work in progress y crónicas inmediatas by bisama

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