comelibros
Friday, August 19, 2005
  academia
El comelibros de esta semana es confesional y algo académico. Así que le pongo un bonus track o una tarea para los lectores: que anoten los libros que más detestaron leer y que tuvieron que revisar en la universidad. O sea, los cinco libros que odiaron y se tuvieron que bancar sin poder evitarlo. Un anti ranking. Una funa. Una revancha.

anoto los míos:

1-. Hijo de mí, Antonio Gil.
2-. La colmena, Camilo José Cela.
3-. El ideal de un calavera, Alberto Blest Gana.
4-. Las cartas de Pedro de Valdivia
5-. Amado Amo, Rosa Montero.

ahora, the text:

Siempre he desconfiado de los best sellers académicos. Cuando estudiaba en la universidad, por cada libro de Antonio Gil o Sonia Montecinos fijado para alguna prueba, me zampaba dos de Stephen King y tres de Bukowski como revancha. Supongo que intentaba compensar así el tiempo perdido leyendo de manera obligatoria. O equilibrar las cosas. O despejar la mente. Ahora –años después, cuando yo mismo programo una serie de libros para mis cursos semestrales- constato de nuevo el fenómeno: hay una suerte de textos que en vez de tener una vida normal –de su aparición al olvido- en manos de un lector corriente resucitan como el material que nutre los currículos de literatura, a la manera de zombies protagonizando una enésima secuela.

Pienso de este modo, en ciertos textos de Diamela Eltit, Jorge Guzmán, Carlos Franz, Pía Barros o Mercedes Valdivieso, obras que han tenido una sobrevida algo artificial, estudiados hasta la saciedad, incluidos a ratos en el canon por majadería más que convencimiento. Por supuesto, no es culpa de los autores, sino a ratos de ciertas modas teóricas. Dependiendo del día y de la hora, en la universidades se pone en boga tal o cual escritor, multiplicándose las tesis, los ensayos, los artículos, las entrevistas y los homenajes. Eso porque, en el medio académico, Diamela Eltit y Jorge Guzmán tienen más éxito que Isabel Allende y Hernán Rivera Letelier juntos. Lo anterior no tiene nada malo, el problema es que no sé si sea por los textos mismos o porque a ratos, los académicos encontramos en ellos caballitos de batalla con los que predicar el evangelio crítico de la temporada.

Por supuesto, pasa también lo contrario: hay obras fríamente calculadas y escritas para ser deglutidas por la academia. Cuando Bolaño hablaba de las “diamelitas” supongo que se refería a eso, a obras como, por ejemplo, “Mapocho” de Nona Fernández que contiene todos y cada uno de los temas esbozados en los últimos quince años en las aulas universitarias: la opresión genérica, el incesto, la historia de Chile, la ciudad y sus márgenes, la orfandad, los guachos. En manos de estudiantes de literatura dispuestos a salir del paso del engorroso trámite de una tesis, “Mapocho” se ofrece como un cajón de sastre para todo el que quiera –feministas, críticos culturales, lectores políticamente correctos- saque su tajada de la torta. Especie de compendio de las estéticas de la diferencia sobre las que Nelly Richard y sus clones vienen pontificando desde hace más de veinte años, “Mapocho” es el perfecto best seller académico, un texto carente de interés para el lector común pero lo suficientemente enrevesado como para un consumo universitario.

Ese consumo –o escritura- tiene sus consecuencias. La más importante: el hecho de que cualquier clase de vanguardia queda de antemano agotada por la repetición exacerbada de transgresiones, canonizadas éstas por un afán entre oportunista y políticamente correcto. De este modo, estas ficciones se posicionan así en una retaguardia cuyo único sentido es la repetición de los saberes aprendidos y la práctica de una crítica política o estética algo perezosa. El ejercicio del análisis inteligente –que incluye incorrección o disenso, el misreading de Bloom o la lectura paranoica tipo Piglia- se pierde así en textos ofrecidos como enigmas ya resueltos y experimentaciones hechas casi con receta de cocina; libros cuya respuestas sabemos de antemano, versiones post de las obras de Richard Bach: ficciones sin un centro secreto, perdidas en una marea de eruditos que leen ahí lo que quieren leer hacer esfuerzo alguno, sin jugar entre sombras y abordar el riesgo o el misterio.

Revista de Libros, El Mercurio, 19 de agosto del 2005
 
Thursday, August 18, 2005
  Valparaíso Basura

Los japoneses utilizan la palabra gomi para referirse a la basura. Gomi alude al detritus de la modernidad condensado en objetos que han perdido todo uso y sobreviven como desperdicios de época, referentes culturales a la deriva, marcas residuales cuyo valor real es simplemente emotivo o documental. Repito: basura. Valparaíso es gomi. Puro gomi. En serio. Moderno y premoderno en su acumulación de retórica y símbolos, el puerto es un caos iconográfico donde todos los referentes han perdido la memoria patrimonial y se apilan ante los ojos del espectador descontextualidos, vacíos de todo sentido que no sea su propia ruina y abandono. Valparaíso es pura entropía. Algo que se acaba. La enésima secuela de una saga cinematográfica que se ha extendido y a la que le falta que le caigan créditos que digan hasta aquí nomás llegamos. Que saque cada uno sus propias conclusiones. Que haga cada uno su propio casette de soundtrack. No es una apuesta demasiado difícil. Valparaíso se muere y la peste está a la vista. El ejemplo más tremendo es la Ratonera, un viejo edificio en ruinas en pleno centro de la ciudad, en Calle Errázuriz, a pasos de todos los pubs de moda, a una cuadra del Mercurio y del sector comercial de calle Prat. La Ratonera es una marca de fábrica del deterioro de la ciudad y de su condición de gomi: han querido declararla monumento nacional, remodelarla o convertirla en oficinas pero no pasa nada. El hecho es que sigue ahí: una estructura a punto del derrumbe, sin puertas o ventanas; una cáscara vacía que exhibe su obra gruesa donde duermen perros vagos o indigentes, que parece a ratos un vertedero tóxico. Ha sufrido incendios, terremotos. Ha soportado la historia. Por fuera está lleno de grafittis y carteles y su alrededor solo funciona como estacionamiento. Por dentro la basura tapa la basura que se extiende en capas geológicas: escombros, restos de ropa, desperdicios varios, orina, comida putrefacta, propaganda política de los últimos años, envases de yogurt, leche, tetrabriks de vino, cadáveres de animales, posiblemente sangre humana. odo está ahí. A la vista. A un paso de las luces de la bohemia impostada de la noche porteña. A metros del axé y los ritmos de moda. Cerca de las todas las terminales de Redbanc. La Ratonera es el corazón oscuro del puerto, un músculo muerto ubicado en su centro exacto que se exhibe como un poema que los poetas del karaoke de bar tienen miedo de conjurar y los artistas plásticos evaden. Gomi. Así, no se puede dejar de pensar en cierto simbolismo: antes fue una compañía naviera y mi madre me acaba de decir que ahí pagaba, supongo que en los sesenta o setenta, la cuenta de agua. La Ratonera estaba viva y no era la Ratonera. Ahí Valparaíso era Valparaíso y no la postal quebrada que es ahora. Una ciudad a lo Edwards Bello o Aldo Francia, con textos e imágenes escritos en un blanco y negro cuidado, filmados con todo el horror con el que se debe filmar la miseria. Sin efectos especiales. Sin discursos. Ahora nada de eso existe. My baby is gone. Valparaíso es un patchwork donde la modernidad demuestra a diario todos sus errores. Un decorado de películas de terror. Una Cinecittá donde no hay actores. Solo hordas de animales que asolan a los ciudadanos: “Perros invaden Valparaíso”, “Ratas invaden Valparaíso”, titulan de vez en cuando los diarios locales que carentes de noticias, no pueden evitar glosar a ratos las señas de abandono de la ciudad. Demasiado apocalíptico. Demasiado ciencia ficción para ser cierto. Pero es así. En Valparaíso todo está despegado de su propia historia pero a la vez desea ser simbólico. Es una contradicción terrible, pero no es más que el riesgo de vivir en una postal y convertirse en un mito o el sueño mojado de un danés que cree en la Tercera Vía. Como si se tratara de un parque temático que contiene dentro de sí otros parques temáticos concentrados en cada detalle: disneylandias diarias, mutantes, fetichizadas por el mito. Mucho Neruda y poco Lihn. Imágenes congeladas en el deseo y no en lo que son, desesperadas por evadir su propio desgaste. Sin historia más que el racconto de museo higienizado que agrada al visitante. Nada que ver con el cáncer terminal que afecta a la imaginario de la ciudad representada en la mierda de las palomas, en los travestis masacrados por pandillas de skinheads, en la defunción de los viejos cines, en los nerds invisibles que trafican películas japonesas y comics, en los hoolingns del Wanderers, en el repliegue apresurado del Barrio Puerto hacia los cerros, en la llegada de una bohemia descerebrada, en los edificios muertos de pena. Nada que ver con La Ratonera. Nada que ver con el gomi.

 
Monday, August 15, 2005
  Días vaticanos

Data del 3 de abril: los pedazos recuperados del diario que llevé cuando Murió el Papa, que es popr supuesto es pop y hereje. La imagen corresponde a Battle Pope, un extraño e idiota e iconoclasta comic de Robert Kirkman y Tony Moore, de Image, la editorial de Powers y Spawn.

2-. Releer a Dan Brown, ver a Mel Gibson. Chequear por un lado la agonía del Papa como un martirologio armado al estilo de Mel Gibson y su final en “Corazón Valiente”, donde el espectador ve como es torturado y muerto, en una especie de escena filmada con cero capacidad épica pero sí con un tono sagradamente masoquista. Por otro, nada más divertido –o entretenido: la política vaticana tiene ese tono de drama televisivo impecablemente filmado para el canal Hallmark- que seguir el luto y esperar el cónclave como si fuera un pequeño best seller de traiciones, de vacíos de poder, de asesinatos de imagen mutuos. Nada divino en eso sino humano: el Vaticano como el decorado de un libro con aspiración de mega-best seller los efectos especiales reemplazan la espiritualidad, donde la fe es una palabra vacía, donde los susurros son una especie de lenguaje que antecede un clímax narrativo. La imagen del Papa muerto no como una reliquia sino como una postal algo gore: basta pensar en “Angeles y demonios” de Brown y esa tumba profanada de un pontífice envenenado y con la lengua negra. O sea, esperar por estos días un apocalipsis de bolsillo. O una bomba cuántica enterrada en el sepulcro de San Pedro. O un Papa negro. Osama ya lo hizo: vio las películas producidas por Jerry Bruckheimer y actuó en consecuencia.

5-. Pensar en el Vaticano como un set de Cinecittá. Recordar a Coppola: los villanos de “El Padrino III” eran los curas, obispos o cardenales que eran malos del verbo malos y dejaban –en comparación- al pobre Michael Corleone y a sus gangsters bien vestidos como blancas palomitas.

6-. Ver la moda como estrategia semiótica. No sé si signifique algo pero estudié en colegio católico que era medio progre. Recuerdo a un cura choro que andaba en moto, no ocupaba sotana y tenía un jeep. Tenía el pelo largo y se lo cuidaba con cierta dedicación pastoral. Buen look, que evangelizaba y además andaba a la moda: parecía querer imitar a Cristo pero en realidad podía haber hecho de modelo en un comercial de shampú.

6 1/2-. Pensar en ciertos obispos o cardenales como pornógrafos que aún no salen de closet. Una anécdota de Medina: compró decenas de revistas porno y se las mandó de Frei Jr. desde Valparaíso, ahí por la mitad de la década de los 90. También –eso es destacable- se preocupó por el urgente problema del satanismo: evitó la venida de Iron Maiden.

9-. Repasar el Daily Telegraph y todo eso de que el Papa se murió antes. Todo lo demás es un engaño. Efectos dramáticos. Más imágenes y estrategias fatales para evangelizar. Nada mejor que un holy-reality contemplado por múltiples espectadores alargando sus temporada por los siglos de los siglos y amén, o por lo menos hasta donde se pueda.

10-. Volverse delirante, sospechar de lo aprendido. Me lo cuenta un escritor autoeditado que además es ufólogo y teólogo y representante/manager de un tal Danilo Presley, vidente contactado en el que se encarna el Angel Miguel (que además es un extraterrestre): Medina es la reencarnación del soldado que le clavó la lanza a Cristo en la cruz. Me dice que se lo fueron a decir al obispado de Valparaíso, allá por la lejana década de los 90. Luego agregó: todos los jerarcas del Vaticano son en realidad soldados romanos reencarnados, están ahí para expiar sus culpas, para cambiar y purgar sus conductas. Y lo saben. Me cuenta que se lo dijeron a Medina en su cara. Me dice que les creyó pero no les dijo nada o se hizo el leso. Los recibió en todo caso. Tesis conspirativa, en todo caso y si fuera cierto: ¿qué diablos hace un arzobispo recibiendo a un vidente de medio pelo que además se hace llamar Presley, en homenaje al Rey de Reyes del Rock and Roll?

12-. Recordar que estamos en campaña. Gestos que hacen la diferencia. Una de Lavín, que es del Opus: cuando va en auto pide que le cambien la radio en el momento justo que tocan una canción que le gusta. O sea, un martirio cotidiano, una suerte de silicio radiofónico.

15-. Releer a Fernando Vallejo, Premio Rómulo Gallegos, enemigo personal de Juan Pablo II y escritor colombiano: “Detesto la samba. La samba es lo más feo que parió la tierra después de Woytila, el cura Papa, esa alimaña, gusano blanco viscoso, tortuoso, engañoso. ¡Ay, zapaticos blancos, mediecitas blancas, sotanita blanca, capita pluvial blanca, solideíto blanco! ¿No te da vergüenza, viejo marica, andar todo el tiempo travestido como si fueras a un desfile gay?. En esas fachas te va agarrar un día la Muerte”.

16-. Mirar graffitis. Alguien lo ha estado escribiendo de manera algo insistente por las iglesias de Valparaíso: “La únika iglesia ke ilumina es la ke arde”. Está rayado en el costado de la Parroquia San Luis, en el Cerro Alegre, iglesia cinematográfica que aparece en un film de Aldo Francia (“Ya no basta con rezar”) donde nuestro doctor recoge todo lo que olvidará luego el pontificado de Juan Pablo II: la ideología del Concilio Vaticano II aplicada a la vida cotidiana de la UP, todo eso con la escenografía del puerto para contar la historia de un cura que sale de las casas de los ricos y entra a las casas de los pobres y sufre a mitad de camino y en ese trayecto recupera su propia fe. La última imagen es total: el cura se agacha y levanta una piedra para lanzársela a la policía en medio de una manifestación. Ahí termina la cinta. Se congela. Bonus track: después del 73 Francia no filmó más películas, se quedó mudo y sus dos largos, por supuesto, se transformaron en el evangelios neo-realistas del cine nacional.

17-. Leer “Predicador”, una de las mejores historietas de los últimos diez años. Un un cómic deliciosamente profano a cargo de Garth Ennis (irlandés) y Steve Dillon (inglés). Ahí, Jesse Custer, un reverendo alcohólico de una pequeña iglesia de Texas es poseído una entidad mitad angel, mitad demonio y de paso, incinera a 200 fieles en medio de un sermón dominical. El cómic es delirante y entrañable y cura casi 70 números: Custer viaja con su novia y una amigo vampiro (que prefiere la cerveza a la sangre) por América, en busca de Dios, para hacerle pagar –a golpes- por perpetrar el dolor del mundo. Escenas claves: resurrecciones al por mayor, ángeles cocaínomanos, el último descendiente de Cristo (que es un deficiente mental), un par de rituales de peyote y vudú, un villano (de una secta que quiere a Custer como el próximo mesías y controla en sombras al mundo), un cantante de rock que es un adolescente fan de Nirvana que se ha volado la cabeza para parecerse a Cobain y un pistolero inmortal, una especie de ángel de la muerte llamado el Santo de los Asesinos, que está sacado de un film de Leone o Eastwood que posee unos revólveres Colt que pueden matar todo, literalmente todo. Escena final: el Santo asesina a la hueste celestial completa y espera a Dios que vuelve al cielo. Hablan. El Santo de los Asesinos le dispara, termina la aventura y el Santo (que está agotado de tanta muerte) se sienta -¿final abierto donde un Dios más humano, más real, menos vanidoso se hace cargo de la creación?- en el trono.


 
pop & ficción, notas al azar, work in progress y crónicas inmediatas by bisama

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