comelibros
Friday, September 09, 2005
  ¿La novela como renuncia a la poesía?

Mientras termino de armar la lista de mis comics esenciales, va el comelibros de la semana. Donde por supuesto, intuyo e incluyo una pregunta: ¿es la novela una forma de renuncia a la poesía?¿un abandono?¿una forma concertacionista o decé donde ciertos autores transan y se meten a un terreno más seguro?. Pregunta sin responder. Como el final de Star Trek 2: La ira de Khan” todo es una interrogante, una duda, una amenaza y una sospecha. Comentarios y post, please.

Nota: la foto no tiene nada que ver, pero está increíble. Nada mejor que un Elvis japonés vestido a la usanza de La Vegas.

Años atrás recuerdo haber visto, perdido en una montaña de saldos, un libro de poemas de José Donoso. No lo compré. Tiempo después, Donoso murió y en una entrevista en una radio porteña respecto al deceso, un académico experto salió denostando el libro. No estaba a la altura, decía. Donoso, como poeta, era un gran novelista. Por supuesto, eso me llamó la atención de inmediato. Pero no compré el libro. Lo vi varias veces pero pasé de él. Pero la historia me quedó dando vueltas en la cabeza y se me aparece cada cierto tiempo cuando leo en alguna solapa que el autor/a fue, quiso ser, es, será poeta. Y se me aparece ahora mientras me ocurren nombres: Manuel Rojas, Gonzalo Contreras, Bolaño, Teresa Calderón, Electorat. Narradores efectivos con resultados desiguales. Salvo Teresa Calderón y el Bolaño de “Los perros románticos” no todos viven bien en ambos mundos. Otros han desechado la lírica en aras de la narrativa y para la mayoría, sus libros de poemas se exhiben como objetos secretos e inencontrables, pecados de juventud, etapas desechables. Estuvieron ahí y se salieron ya saben, más rentable la novela, mejor prestigiada, en cierto modo, más fácil. Pero algo raro se cuece ahí. Un poeta devenido en narrador debe leerse de reojo porque tal vez por cada novela terminada hay un libro de poemas que fracasó. O sea, se escriben novelas porque no se puede con la poesía. O porque a los 30 años ya es imposible hacer lo de Rimbaud: la novela es una forma sublimada de irse a Africa a traficar con esclavos. O quizás, ciertos autores simplemente renuncian a la poesía porque se aburren o cansan. O crecen y aprenden a negociar, a transar; eligiendo la comodidad al vértigo, los cinturones de seguridad y los asientos para bebés antes que los viajes en paracaídas. Debe ser un descubrimiento terrible, si se viene de una mirada ideal o cliché y algo miserable de la poesía descubrir que el aprendizaje literario es lento, que la inspiración es una mentira y el canon un fuerte inexpugnable habitado por ogros y reinas ancianas con cohortes de sirvientes jorobados. Que hay que pelear con cada palabra. En ese contexto, la novela es un camino lento pero seguro. Por otro lado, puede ser que los poetas se cambien a la narrativa porque nuestros padres literarios son poetas más indestructibles que Godzilla: Neruda, Parra, Mistral. Con ellos, cualquier batalla está perdida de antemano. En eso, tal vez, radique todo: en Chile la poesía no es una tierra baldía sino un jardín cerrado con llave. La narrativa, es en cambio, una casa abandonada y en ruinas. Cualquiera puede habitar en ella, abriendo la puerta a patadas y pintando una pieza como quiera. Todo lo anterior lo captan quienes se cambian de bando. Eligen las historias por sobre las imágenes, amparados en quizás qué razones. La más académica y atendible: la cita a Mijail Batjin, clásico ruso multiuso, que sostiene el predominio estético de la narrativa por sobre los demás géneros. Pero eso es demasiado sofisticado. Hay otras causas, razones de impacto medial o de estómago, por ejemplo. O puede que los narradores ex poetas tal vez nunca dejaron de escribir poesía, sólo que ahora no la hacen pública. No la muestran. En su gesto, en el de Donoso, hay una real-politik literaria porque algunos de los autores mencionados, actúan de modo astuto y pragmático con sí mismos: una novela no le hace daño a nadie pero sí –como Alfonso Alcalde, como todos esos mártires reverenciados por los adolescentes malos y poetas- se puede morir de poesía.

 
Wednesday, September 07, 2005
  gilligan is dead

Gilligan is dead. Nunca vi la serie. No sé si lo dieron en Chile. Mito pop canibalizado por otras series pop aquí nos llegó de rebote. Supongo que Bob Denver, que así se llamaba en la vida real, debía pasar sus días entre convenciones de fans y haciendo declaraciones para E!. Si tenía un diez, un uno por ciento de la astucia de William Shatner, tiene que haber sido genial.Puede ser. Por supuesto: un recuerdo bizarro, un viejo y horrible programa animado –de la Filmation- donde los náufragos construían una nave espacial y –de nuevo- quedaban encallado en un planeta desconocido. Impresentable. Pero no más palabras: con la muerte de Gilligan, un pedazo de nuestro extraño corazón camp se resquebraja y cae al suelo. Olvídense de los homenajes literarios a poetas cursis tipo Gonzalo Rojas: recordemos a Gilligan y hagamos oraciones para que héroes como Adam West no nos deje pronto.

 
  lo que queda

Teoría del blog. Daniel Link, en una entrevista.

“Mi blog es propiamente un cuaderno de bitácora. Allí voy dejando los rastros de lo que estoy escribiendo. Alan Pauls señaló que lo que diferencia la obra de César Aira y de Mario Bellatín (dos escritores enormes) es que el primero escribe lo que hay y el segundo escribe lo que queda. En el caso de un blog, podríamos decir, lo que hay coincide con lo que queda”.
 
Tuesday, September 06, 2005
  pisco sour

Mezclar y machacar. Hacer cazuela. Escribir es cocinar: machacar los mismos ingredientes para hacer los mismos platos. Nota 1: los textos siguientes son, creo, tareas pendientes, notas sobre literatura chilena. Alguna vez fueron publicados como un diario falso que homenajeaba/plagiaba a Piglia en la forma. Aquí van de nuevo: deconstruidos, desordenados e imprecisos.

Uno. Pensar en Donoso como una identidad móvil: un adolescente glam nacido antes y perdido en el país equivocado. Un David Bowie sin cambio de piel. Un escritor esforzado. Un novelista impecable. El sidekick más olvidable de un superhéroe jamás escrito por Stan Lee pero llamado Boom!. Un personaje incidental, un extra, un doble, alguien que hace karaoke con “Velvet Goldmine”. Una criatura de Clive Barker emergiendo de una fotografía de Luis Poirot. Un nuevo y viejo clásico. La conciencia malévola que le susurra obcenidades a Skármeta en sus pesadillas. Un drogadicto amateur, equivocado, el protagonista de un trip desquiciado que de vuelta en su cuerpo terminó de escribir el libro correcto. El enfermo de un virus llamado Henry James. Un apóstata de Neruda. La versión para discotecas de Enrique Lihn. El original de todos esos grandes hits que la Nueva Narrativa lanzó como si fueran nuevos. Un pequeño obispo de pueblo. Alguien que debería salir en el canal E! con “The E! true story: José Donoso”. Un comentarista frívolo de la vida social. Un escritor de sit coms que suceden en casas vacías, lugares escombrados, centros de tortura, bodegas de fundo, limusinas pilotadas por niños mongólicos, personajes que interactúan con los lenguajes del horror, la obsesión y el miedo; insectos ciegos y llenos de culpa, trazando rutas sin sentido a través de la noche. Comedias que no hacen reir a nadie por cierto como si fueran en realidad novelas de misterio sin misterio alguno, con nada en el fondo salvo el decorado vacío de la identidad nacional representado en un millón de atuendos y disfraces distintos. Donoso como alguien que asiste a un carnaval pero se viste para un funeral o viceversa, da lo mismo. Donoso como el olvidado final de esos carnalitos del boom, nada que ver con Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa. Donoso como el hombre entre las sombras, el patito feo menos agraciado o peor escritor, un cisne manchado con barro, con las alas cortadas, un monstruo retorcido pero de modales elegantes que habita en nuestro sótano o nuestro ático, en esa casa de adobe medio demolida, llena de grietas, con un par de destellos de neón que es la literatura chilena.

Dos. Agradecer a Juan Luis Martínez y considerar a “La Nueva Novela” como un libro de terror. Martínez como un Stephen King metafísico (aunque el mismo King roza la metafísica con “La zona muerta” y “La danza de la muerte”), deambulando en el plano de las ideas, carente de historia, empecinado en las sombras del signo. El signo como un caserón vacío, habitado de fantasmas, ecos, desbordes. Sonidos de cañerías espectrales, arañas en los rincones, traumatismos varios. La (des)composición perfecta de un texto vanguardista que se adapta a la constitución de la estética horrorosa: ambos trabajan con el basural retórico de la modernidad, los despojos de significado de la historia, las anotaciones al pie de página de la realidad. Con la líbido como el límite de la palabra. Con el miedo al vacío. Leo “La Nueva Novela” y entiendo en ella la necesidad de una zona fantasma en el cuadro de la modernidad, un lugar donde encerramos el murmullo incomprensible que legitima el orden del sistema, lo mismo que en la narrativa de terror. Pensar en Martínez como un Lovecraft sudaca remixado por Duchamp y Queneau. Ejercicios de estilo donde el método es el mismo: la exposición de la ciencia como una disciplina colapsada. La teoría como ficción o magia. Las puertas abiertas a la nada.

Tres. Leer “Proyecto de obras completas” y preguntarse quién era Rodrigo Lira. Es una progunta biográfica pero también literaria. Imposible saberlo, imposible concluir algo: un erudito de la contracultura, un perdedor profesional, un performancer descolocador (alguien tipo Felipe Avello: idéntica sensación de que algo está corrido hacia el lado, movido, al límite de la violencia, como si el desparpajo fuera un metodología del sinsentido, un camino hacia el extremo). No sé pero se me ocurre una recomendación y una sugerencia, leer sus obras completas como si fueran un puzzle, el argumento jamás verbalizado de una novela policial de cuarto cerrado, una tragedia shakespereana de proporciones mínimas (¿a quién le podría interesar la muerte de un poeta menor o excéntrico salvo a los lectores menores y excéntrico?) pero con harto potencial teórico. Tenemos los ingredientes. Hay un muerto y un libro perdido (“La orquesta de cristal” de Enrique Lihn reescrita por Lira que es un Pierre Menard varado en el páramo) y un espectacular grupo de deudos que contempla la escena: Maquieira, Lihn, Merino, Brodsky, Zurita. Importa poco lo que en realidad pasó. El camino que parte en la locura de Lira y termina en su suicidio era el más corto pero el más cliché: una novelita lumpen para escritores torturados y lectores que buscan literatura maldita. Para eso mejor leer los bodrios de León Pascal. Aquí se impone otra lógica, la de la ficción en retrospectiva. La de Lira –Bolaño lo intuía y no se aburría de citarlo- como literatura pura y dura. La pregunta es cómo escribimos, cómo narramos su muerte. ¿Estamos preparados para ello?. ¿Podemos desembarazarnos de los efectos del suicidio de Lira y su estupidez congénita?. ¿Qué significa que haya ido a “Cuánto vale el show”, que haya optado por la autoinmolación televisiva?. Lira –que tenía más de Pompier que el mismísimo Lihn- llevó más allá de lo permitido las tesis antipoéticas de Parra. Léase a Lira como el único lector que ha comprendido al Cristo del Elqui, un entendimiento tal que ha revertido los efectos del texto en su acto mediático. Lira como un autor que ha comprendido la posmodernidad: en su trabajo está el eco de Debord y Walter Benjamin, dos fabulosos perdedores (un teórico comido por su propia teoría y un suicida genial) que haya dado la cultura moderna. Lira como el precursor de “El show de los libros”, de la pérdida y adelgazamiento de la materia literaria y su reemplazo por la farsa, la mera broma de pasillos, la carencia de épica y la muerte o agonía del lenguaje.

Cuatro. Contruir una historia de Neruda sin recurrir a Neruda. Prescindir de sus textos como oblligación básica. Una poética de la fantasmagoría, de la intertextualidad. Barthes revisado por George Romero: la muerte del autor engendra zombis. Recopilar a Neruda como tal, seguirlo como cita, como personaje literario. Eventualmente hacerlo desaparecer en su propio mito.

 
Monday, September 05, 2005
  apócrifos

Tarea para la casa: escribir Papeluchos apócrifos, inéditos y póstumos: “Papelucho Nazi”, “Papelucho MAPU”, “Papelucho Concertacionista”, “Papelucho abortista”, “Papelucho Pinochetista”, “Papelucho Pedófilo”, “Papelucho Leather”, “Papelucho Zombie”, “Papelucho Sadomasoquista”, “Papelucho Snuff”, “Papelucho Asesino en Serie”, “Papelucho Soy Seropositivo”, “Papelucho Soy Torturador”, “Papelucho Mi Hermano Mirista”, “Papelucho Vampiro”, “Papelucho Mi Hermano Skinhead”, “Papelucho y Los Trolls”, “Papelucho y Los Gremnlins”, “Los Pecosos contra Papelucho: la venganza de la sierras eléctricas”, “Papelucho Punk”, “Papelucho Black Metal”, “Papelucho No Cejaremos Jamás el Empeño en la Lucha”, "Papelucho Orias", “Papelucho soy de Patria y Libertad”, “Papelucho Darth Vader”, “Papelucho Alvaro Corvalán”.
 
pop & ficción, notas al azar, work in progress y crónicas inmediatas by bisama

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