comelibros
Tuesday, November 22, 2005
  Comelibros: Tics de Marín

Bien, me explico: por alguna razón he escrito dos o tres veces de Germán Marín este año. No tengo claro por qué, pero hay algo en sus textos que no veía antes y que me interesa. No puedo precisarlo específicamente aunque posiblemente tenga que ver son su condición de arqueólogo más o menos cínico y con el hecho de que, en sus novelas más ambiciosas se pregunte y haga trizas al género. El hecho es que, por razones desconocidas, terminé presentando a Marín en Estación Mapocho junto con Zambra y Jocelyn Holt. Lo que viene es una versión remezclada y transformada en una columna para Revista de Libros de ese texto y que evita la crítica literaria pura y dura y casi todas las alusiones a “La ola muerta”, la novela presentada y que adjunto como bonus track acá. Es, por cierto un texto obligatorio: hasta este momento es la mejor novela chilena de lo que va corrido del año. Pero eso es otra historia. Falta para los recuentos, que son para época de Navidad. Marín, ahora que lo pienso podría ser una especie de Santa Claus o, mejor dicho Satan Claus. Nota: la ilustración de “Ola muerta”, una imagen japonesa del XIX, aparece también en la portada del inminente comic para Marvel de Warren Ellis, “Nextwave”

Tics de Marín

1) Discutibles datos pop sobre Germán Marín: uno, Marín bailó con Ava Gardner lo que lo emparenta con Sinatra aunque en cierto modo Marín se parece más a Johnny Cash. Dos, y aquí deberían poner ojo los periodistas de rock en vez de los críticos literarios, es que Marín califica como uno de los primeros DJ chilenos en salir a mezclar pistas afuera. Ambos hechos son, por cierto, impresentables e inevitables.

2) Marín, como Couve y mejor que Couve termina por enterrar a ese Chile que mortificaba al pobre José Donoso en “Coronación”. La diferencia es que a Donoso lo carcomía una suerte de culpa de clase algo decadente. A Marín, como Wacquez o Buñuel, la cosa más bien le divierte porque lo entiende –a través de toda su obra como- pura y deliciosa y efectiva revancha.

3) Una confesión fetichista de Marín: le gusta la palabra “biombo”. Si lo entrevistara James Lipton y le hiciera la manida encuesta de Proust, seguro que la menciona. Fijo. No es raro. Marín es un coleccionista de palabras extraviados, de artefactos rotos, de citas citables al borde del abismo. De palabras como “biombo” que son como piezas de baquelita y porcelanas desmigajadas y tupidos velos rasgados. A esos objetos –los singles programados en su cabeza, libros que lee vorazmente, el parpadeo de su visión perpetuamente erótica- se encomienda como si fueran reliquias. El camino, el laberinto por medio de esos objetos es la única forma de salvarse del olvido, de hacerse cargo del pasado. De soportar el presente. De, por supuesto, utilizar a la literatura para vengarse de todo y de todos.

4) Marín, lanzando una boutade, en alguna entrevista: “es que la memoria es una puta muy engañosa”.

5) Marín como un arqueólogo de fotogramas espectrales dado su eterno lamento por los cines perdidos y ese parafraseo constante de cintas ya olvidadas. Hay una moraleja en eso: de nuestra película colectiva lo único que queda son proyecciones de films desaparecidos, momentos muertos y frases rotas.

6) No sé por qué, pero pienso en el fantasma de Mao. O mejor dicho, en ese Mao pintado por Warhol.

7) Germán Marín lee en esa lengua muerta de la que Lihn no pudo despegarse jamás. Una lengua que padece de una erudición anacrónica, elegante y a la vez profundamente vulgar, como si tratara de una enfermedad crónica. Lo interesante es que es también un método, una forma de lectura, un modo que desconfía de sí mismo que se pone obstáculos, que se detiene en lo nimio. Marín lee caóticamente, al azar, no ordena, recuerda canciones, salta de un libro a otro. Rehuye intencionadamente de una definición formal de canon, como si fuera el pintor ciego de un paisaje agotado. Marín lee vorazmente y sin orden académico alguno. De hecho, su forma de leer es una rebelión contra el modo lector de la academia. Así, para él el acto de la lectura es lo único que se mantiene firme en los ajustes que hace respecto a su propio pasado. 8) Rápido. Germán Marín debería dirigir una película porno.

9) Paradojas de Marín. Su ejercicio de cinismo es tal que llega a ser enternecedor. Su hastío es melancólico. Su misantropía, una forma de romanticismo. Su repulsa por la hstoria –así, con mayúsculas, como un inmenso edificio al que demoler- un amor incondicional por la extraña idea que sostiene de país.

10) Marín siempre escribe sobre el pasado. Me gustaría ver qué diablos hace –como lo más parecido que tenemos a J. G. Ballard- ahora con el futuro.

Lastres/Bonus tracks

-“La ola muerta” es la historia, el pasado, la memoria. Los fragmentos quebrados de la identidad. La ola muerta –y escribo esto en Valparaíso mientras miro su bahía negra- es el resumidero de lo que vuelve y golpea ciertas certezas que hemos construido para quedarnos tranquilos y en paz. Por supuesto, nadie mejor que Marín para ponernos nerviosos. Tal vez ese es el costado que más me gusta de Marín: en el fondo es un moralista que antepone a todo la necesidad ética de recordar a pesar de que esa acción nos consuma como fuego griego, de dejarnos atrapar por el recuerdo que no es una brisa sino un huracán que devora todo a su paso. La ola muerta que cubre al bañista de los desechos de un lugar que ya no existe.

-Eso hace que “La ola muerta” sea al final la historia de un lector, del camino que se toma ese lector para ponerse a escribir y de lo que resulta de eso. ¿y que escribe ese lector cuando pasa del voyerismo de la literatura ajena a la redacción de la obra propia ?. Informes policiales, obligado por un policía corrupto, donde se ofrece como delator, un mal delator, hay que decirlo. Pero bueno, por algo hay que comenzar. La escritura es degradada desde su inicio. La novela comienza así como un relato encargado por la policía política. “La escritura, solar del extranjero” anota Enrique Lihn en uno de sus poemas más famosos. Marín lo cree a pie juntillas. No hay nada heroico ahí.

- El método es sencillo. Una mano lava a la otra pero en realidad quiere afixiarla. Hay películas de terror sobre el tema. La novela pelea página a página con el diario que la comenta y el texto completo no se decide jamás por ninguna de las dos partes, expone sus dudas, se ofrece en la contradicción. Venzano Torres, crítico literario invisible está ahí para apuntalar y coser lo que está roto. Por supuesto, es un juego. Una farsa hecha entre caballeros que acepta hasta lo gratuito o lo idiota, como por ejemplo que Marín majaderamente, desde la mitad del libro en adelante diga que no quiere colocar ningún clímax, que va a suspender la narración así como así, que no vale la pena seguir. Y es así. O no tan así. El libro termina y hay o no hay un clímax pero sí un momento escatológico donde todo se ordena, cobra sentido. No lo voy a contar. Sólo decir que el río que es la novela llega al mar o mejor dicho la sangre llega al río. O no llega. Es confuso. En el medio hay una buena cantidad de escenas que sostienen una violencia secreta que no alcanza a explotar. Un horror que devora al lector de a poco y que después no puede dejar.

- Una novela secreta. En el diario del año 88 hay dos entradas nimias que pueden ser un agujero negro y secreto que ofrece la fuerza de gravedad de la novela. En la primera, Enrique Lihn le avisa por carta a Marín que se va a morir. Marín duda si escribirle o no una nota como Pompier, aquel personaje literario creado por ambos. Al final no lo hace. O si lo hace no lo vemos jamás. Más adelante, sobre el final, Marín lee que Lihn ha muerto. “he leído en la muerte”, anota. Más adelante, cincuenta páginas más, el libro se acaba. La trilogía termina. Marín vuelve a Chile dos veces. Los dos planos se unen. Lihn ha sido sólo una sombra incidental en todo eso pero es la presencia de esas sombras la que le dan sentido. El hecho no deja de conmoverme. “La ola muerta” es a lo mejor una novela fantástica donde los fantasmas aparecen y bailan frente al lector. Le recuerdan el material viscoso con el que está hecha la memoria, el material viscoso con el que debe trabajar –aunque lo olvidemos- la mejor literatura.

Revista de Libros, El Mercurio, 18 de noviembre del 2005

 
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