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Wednesday, April 12, 2006
  el caso warnken

Uno por otro

Se acabó “La belleza de pensar”. Algo pasó entre Canal 13 y Cristián Warnken y todo se fue al carajo. Una lástima porque aunque uno no sea admirador del Warnken literato –“Las noticias que siempre serán noticias” debe ser uno de los libros más naïf editados en Chile jamás- hay que reconocerle méritos al Warnken periodista: en su programa podías ver al cura Medina hablando del infierno y al canallesco Enrique Symms cantando blues de una semana a la otra, todos atendidos correctamente por un entrevistador aplicado que sabía que su rol era desaparecer en la sombra proyectada por el entrevistado. Porque esa era su principal gracia; Warnken era un experto a la hora de borrarse a la hora de hablar con el otro, tanto que uno se olvidaba que estaba ahí y que el programa era suyo, al punto de disculparle tanto manierismo de poeta trasnochado y tanta cita trascendente.

Pero la cosa se cayó. Ya no va más. Mala suerte por donde se mire. Por supuesto, es un síntoma de los tiempos, porque mientras Warnken pierde pantalla, Julio César Rodríguez asciende a la estratósfera. Uno por otro. Es una paradoja y la confirmación de que algo va mal en nuestra tele. Mientras perdemos a un príncipe sin trono –el príncipe de un reino en ruinas, arrasado y falso, en todo caso- suben los bonos de bufón de turno. O sea, cambiamos a un fan de Wenders por uno de Miguelo.

Porque Julio César Rodríguez es el nuevo Warnken: la misma gente que iba a “La belleza de pensar” asiste ahora a “La tele o yo”. Lo extraño es que si antes parecían en su casa, ahora lucen perdidos o asustados: el cura Medina ladra literalmente y Alfredo Jocelyn Holt pone cara querer salir corriendo del set. Tironi sonríe como siempre. Antes, Warnken les hacía preguntas que por lo menos posaban de inteligentes. Ahora, Rodríguez les tira el aliento y los lisonjea para aparecer como amigo suyo de toda la vida.

No es un espectáculo agradable, pero es lo que hay. Y, ironía catódica, “La belleza de pensar” termina en el exacto momento en que confirman a “La tele o yo” para todo el año 2006. TVN, que es el canal de todos los chilenos, lo conserva y lo felicita en su puesto como un funcionario aplicado y confunde el mal gusto catódico con la irreverencia cultural o política. Mientras, uno se da cuenta de que esa es la cultura que tenemos porque para Julius –como le dice Felipe Avello- la cultura es ser de culto, tanto que para él el pinochetismo luce un ideología kistch a la que adscriben desde personajes lamentables como Mónica Madariaga hasta sujetos maquiavélicos como Cuadra. Lo que nos daba temor, ahora es simplemente freak.

Y son signos raros. Todo el mundo se lamenta por el fin de “La belleza de pensar” pero nadie se queja por la chabacanería cultural de TVN y Julio César Rodríguez. Por el contrario, lo encuentran simpático y lo entrevistan en Paula sin darse cuenta de que su progresismo es sólo una máscara de una obsesión aspiracional que tiene rangos mórbidos o épicos. Por supuesto, toda la situación es culpa nuestra: en diez años no pudimos crear o exigir un modelo de televisión cultural que no fueran las entrevistas de Cristián Warnken, que eran engrupidas pero honestas. Nosotros pensamos que iba a ser eterno y que iba a morirse de viejo en el set como algún panelista de “Tertulia”. Pero Warnken sobrevivió a Skármeta y al Góngora de “Cine Video”, se cambió de ARTV al 13 Cable y ahora le pegaron una patada en el culo que a todos nos duele un poco: desde Paz hasta Garcés pasando por quien escribe. Mientras, Julio Rodríguez sigue en pantalla, se consolida y le hace el trabajo a Warnken. Posiblemente, uno de estos días lo entreviste y le lance su saliva en la cara como modo de entregarle el mojón en la impresentable posta de la cultura en Chile. Algunos, apagamos los televisores. Un asco todo. Stay tuned.

(Más: un archivo del disco duro que es una reseña jamás publicada el 2001 sobre una antología con los grandes hits de periódico Noreste)

The Clinic, Abril del 2006

Sureste

No todos pudimos huir a Lisboa y hacerle vudú al fantasma de Pessoa. Esa es la conclusión que se saca después de leer Noreste. Antología 1985-1990, una publicación que rescata los mejores artículos de la primera época -la segunda empezó el año 2000- del periódico homónimo que circuló en los momentos finales de la dictadura y los primeros años de la transición. A cargo de Santiago Elordi, Beltrán Mena y Cristián Warnken, el Noreste fue el "primer periódico de poesía en serie" de Chile. Lo divertido es que a pesar de su vinculación nominal con la poesía, el Noreste fue un laboratorio del género de la crónica: la formulación de una marca resgitrada a medio camino entre un plagio flagrante a los beatniks, la repetición de la histeria de las vanguardias y el escapismo fútil del turismo cultural por el tercer mundo.

Así, en sus titulares -"¡Caleuche atraca en Valparaíso!", "Jubilado del cono sur desaparece bajo las estrellas", "Sabios de hoy son la gran estafa", "Mujer muerta enamora a chofer", etc- están contenidos los momentos finales de la dictadura aunque eso no aparece ahí retratado casi nunca directamente. La escritura de Warnken y Elordi (a quienes pertenecen por lo menos dos tercios del libro) omite cuidadosamente el contexto político aunque en ese gesto, a pesar de lo que quieren hacernos creer, no hay nada de inocencia. Lo único que los ata temporalmente y que tiene un valor documental son sus entrevistas: Allen Ginsberg, Nicanor Parra, Jorge Teillier, Mario Góngora, Diego Maquiera, etc. Pero fuera de esto, los hits del Noreste sostienen cierta levedad en su opción por un vitalismo a ultranza a pesar y por el terror, en la escritura como salida al encontrón político. Una fiesta de disfraces en vez de un duelo con rabia.

Y esa rabia se le echa de menos al Noreste. Las puyas de esta antología son sólo literarias pues debajo de sus textos subyace la tranquilidad de ser inmunes al horror, de rozarlo de lejos, de poder comprar los pasajes de avión y huir a lugares mejores. De ahí que ese asombro casi infantil resulte ahora un tanto forzado, piadoso en su extravagancia basada en la escritura asumida como pose. Pero eso no es un pecado capital. La apuesta por una literatura instantánea siempre estuvo en el dogma de Noreste y nunca aseguró nada salvo sino su propia publicidad. Y no era una mala cosa. Lo malo es que una retrospectiva como esta asegura cierta trascendencia que las mismas crónicas contradicen. A pesar de lo que diga Johana Kilovoc en la contraportada en un autobombo espeluznante ("Yo vi por primera vez a Noreste colgando en un quiosco en Coyhaique y creo que fue uno de los encuentros que cambiaron mi vida") la publicación desapareció de escena el 90 y nadie la echó de menos. En la década pasada resucitó de varias formas y todas fueron un fracaso: el diario El Corazón sufrió un infarto severo y los angeles que desembarcaron en la Radio Concierto volvieron al cielo para exigirle a Dios (un dios global, que se veía como Win Wenders) la cabeza de Cristián Warnken.

Ahora esta retrospectiva ejecuta esa mueca chilena tan típica que implica abrir la boca y tragar bocanadas de nostalgia. Y es nostalgia contaminada con naftalina diluida en smog. Una mezcla rara. Medio zombie, amparada en cierta medida en el éxito de The Clinic, el lejano primo mongólico de ese cuico hippie que es el Noreste. Un negocio pintado como poesía. Una epifanía escrita con el estómago lleno: "Hemos sacado, después de diez años, el Noreste de su estado de leyenda" (Warnken), "Esta apuesta duró seis años, hasta que un buen día decidimos terminarla. Decidimos acabar con ella para dejarla en el territorio de la leyenda" (Elordi). Es imposible así, leer la antología sin molestarse por la vanidad de sus autores. Esta vuelta al pasado huele revancha porque a su proyecto lo quebró la misma historia. Santiago Elordi nunca pudo insertarse en pleno en el star system literario criollo. Sus novelas pasaron desapercibidas. Cristián Wanken escaló sin problemas en la burócracia de la cultura. Seguía siendo inofensivo: en "La belleza del pensar" entrevistaba con la misma sonrisa asombrada al Cardenal Medina, a Eugenio Tironi y Miguel Serrano.

Ese mismo asombro puebla las páginas de esta compilatoria, baja en calorías y especialmente cuidada para no sacar ronchas. Aquí se echa de menos el gesto más comprometido que tuvo la revista (aparte de escribir ficciones bobas a nombre de Pinochet, Mussolini, Allende y Sadamm Hussein) que fue la utilización del absurdo como un arma eficaz para desnudar las fracturas expuestas de aquellos años. Flashback: en el 90, en un extraño ataque de realidad habían titulado: "Descubren fosas en la luna". Ese año, en el país, los cuerpos innominados de las víctimas de la DINA habían aparecido por todo Chiwi, como le decían Warnken y Elordi a Chile. En ese momento, lanzar ese encabezado era como soltar un chiste sobre la vida sexual del muerto frente a su viuda en lágrimas. Era atrevido y riesgoso, adjetivos que no se pueden ocupar de esta antología.

Es obvio que el Noreste significó algo en su tiempo ( ¿escrituras desesperadas en la reinvención de un Chile agotado por el horror?) pero su retrospectiva desmerece precisamente ese valor porque obliga al lector a sentirse esperanzado, lo acorrala en su corrección y su vanguardismo blando. Y Chile, al fin de cuentas queda en el Sur oeste. Y no todos podemos ser buenas personas ni gente preocupada por la suerte del Amazonas. Algunos hemos asesinado a nuestro niño interior. Y nuestros amigos imaginarios han sido detenidos y desaparecidos por el signo de los tiempos, los aviones conducidos por árabes locos y las masacres vía satélite.

Y les prometo que el ovejero solitario que mastica su sabio silencio en el sur ahora me importa un carajo.

 
pop & ficción, notas al azar, work in progress y crónicas inmediatas by bisama

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