comelibros
Saturday, January 07, 2006
  comelibros: show

Bien, leí la biografía de Luis Dimas al lado de una vieja novela de Coupland, mientras revisaba –a paso lento- Gotham Central de Brubaker/Rucka. El resultado fue esta columna, el primer comelibros del 2006, escrito obvio, en los descuentos del 2005. De fondo, Sufjan Stevens & Taller Dejao & un disco de B sides de Deftones donde tocan “No ordinary love” y Chino Moreno canta igual a Sade y más rato se vuelven más blasfemos y versionan a The Smiths. Nota: para ilustrar una fotito de "Takilleitor" de Daniel de la Vega, protagonizada por Dimas y que vimos con Carla asombrados porque se trata de una película imposible, una suerte de Ed Wood concertacionista. Este es el cine chileno que hay que hacer, no esos dramones identitarios tipo Machuca o Historias de Fútbol.

Show

Una imagen inquietante: hace años vi a Luis Dimas en vivo, cantando a escasos metros de distancia, en un escenario mínimo del centro de Villa Alemana. El tipo sudaba de modo bestial pero se la jugaba, parecía que se iba a morir en cada nota. No recuerdo qué cantó, pero la imagen me volvió ahora que leí “El rey desnudo” la biografía no autorizada de Sergio Benavides y Sebastián Montecino donde vemos como nuestro cantante asciende y desciende en los círculos del infierno artístico chileno.

Hay dos cosas interesantes en el texto. La primera es el relato sin misericordia que los autores trazan con el biografiado: en como se pierde en el camino por medio de mentiras, drogas, viajes, amistades en la CNI, malas decisiones laborales y películas clase Z. La segunda es la pregunta –más literaria por cierto- por la escasez o la necesidad de biografías así en el medio local: textos despiadados, donde al decir de Janet Malcolm “los secretos (…) son arrebatados y se ofrecen a la vista del mundo”.

Puede ser. Siempre me he preguntado si esa energía que despide un reportaje bien hecho –con buena o mala leche, da lo mismo- es extrapolable al campo de la novela. Y no lo digo sólo por el texto de Dimas sino también por libros como “La era ochentera” de Macarena García/Oscar Contardo y “El club de la pelea” de Andrés Gómez Bravo. Leyendo la larga lista de hechos impresentables, traiciones, horas muertas y vergüenzas locales contados en ellos, uno se pregunta por qué nuestra ficción no ha utilizado a dichas realidades como material. Por el contrario, es como si escaparan de eso, como si le temieran.

Así, tanto en ellos como en las biografías de ídolos pop late un sustrato alegórico, un modo de narración novelesco más o menos oblicuo donde el biografiado se transforma en signo de los tiempos, en fábula o parábola de algo más trascendente que su propia vida. Basta leer “La última canción” –la biografía de Los Tres de Symms y Vera Land- o “Corazones rojos” –el de Freddy Stock sobre Los Prisioneros- para darse cuenta: la vida real deja de ser real para convertirse en simbólica y el mismo ejercicio de la biografía se convierte en una metáfora de los problemas de la escritura.

Stock, Symms y Land se golpearon en la cara con el objeto de su narración pero la sola presencia de aquellos moretones terminó por revelar las inconsistencias y entropías que respiran en el corazón de toda literatura. Dimas, Alvaro Henríquez, Jorge González o Cecilia dejan, como biografiados, de tener validez en tanto sujetos reales y se convierten en ficciones que alimentan nuestro imaginario local. Empatizamos con sus miserias, fracasos, éxitos, mezquindades. Sus historias logran un tránsito aún más implacable que la novela más bestial del autor nacional más maldito. Los convierten en carne de cañón de fans morbosos y muñecos vudú de los lectores. Hay tal vez ahí más riesgo que en los relatos de todos los escritores que pasaron por el taller de Donoso y que leen alternativamente a Henry James o a Kafka.

No sé si Luis Dimas ha leído a Kafka, por cierto, pero en el racconto de Benavides y Montecino canta y baila como una criatura literaria. Y su vida –que tiene ecos de Fitzgerald, Eloy Martínez, o McIrney- va más allá en esos aspectos en que una biografía puede superar a una novela. Uno se pregunta al final –y no se responde- si es que ahí –en lo despreciado, en la basura, en la farándula bizarra- no está el futuro de la narrativa chilena en vez de todas aquellas perfectas y preciosas novelas que se publican cada año, cada semana, a cada rato.

 
Wednesday, January 04, 2006
  comelibros: el recuento del año

Despertar

Nada más extraño que hacer un recuento de lo mejor del año. Lo digo ahora que he escrito varias listas de libros favoritos y votado en un par de selecciones. Se trata de una sensación de perpetuo dejavú donde te ves obligado a mirar una y otra vez hacia atrás mientras te das cuenta de que lo que leíste con cierta pasión es ahora un cadáver o ha perdido el gas y que además, a pesar de que no lo quieras o no lo creas, cada lectura es una tecla que detona pedazos de tu biografía: dónde estabas cuándo leías tal o cual poema, qué otros libros tenías en el velador, cuáles eran los discos que sonaban en tu cabeza. Lo interesante de los recuentos es que ordenan, pero también olvidan. Porque los mejores libros de cada temporada hacen olvidar a los libros sólo buenos, o aquellos que funcionan a medias o aquellos derechamente malos o ridículos y que -¿por qué no?- también deberían ser recordados. Así, cada fin de año es una excusa para formatear el disco duro de nuestros afectos literarios y sacar la basura a la calle y pensar que sólo por un rato, la casa está algo limpia. Pero es sólo una ilusión: la memoria actúa de formas extrañas y retorcidas, sin que uno lo espere. De ahí que lo que recuerde en este fin de año, más allá de las evaluaciones de rigor sean escenas de textos, fragmentos al azar, personajes sueltos y sin orden. Aquí van: un ritual satánico y provinciano en “Informe Tapia”, de Marcelo Mellado; la singular extorsión que el narrador le hace a su suegra argentina en “La ola muerta” de Germán Marín; un poema de Bertoni que dice algo así como “perro culiao/me hizo cambiar de vereda”; el nerviosismo y las contradicciones de un testigo –bailarín, gay y amante del procesado por el crimen de Carlos Prats- en “Puño y letra” de Diamela Eltit; aquella crónica de “La tierra elegida” donde Juan Forn, de manera sorpresiva, descubre a una secta de adoradores de Pessoa al lado de su casa; las ideas sobre la comedia de la primera parte de “La posibilidad de una isla” de Michel Houllebeqc; el final hiperviolento y sin redención de “Hipervínculos” de Felipe Ossandón; el pobre tipo –absolutamente real, delirante, sin dinero, estafado por una novia rusa conocida por internet- obseso por construir un cohete propio en “Error humano” de Chuck Palahniuk; aquel momento en que en “Crónicas Vol.1” Bob Dylan aprende ya viejo a cantar de nuevo; las imágenes de aquel artista solitario encerrado en un ático pintando una película abstracta e interminable mientras el funk y el punk explotan en Nueva York, en “La fortaleza de la soledad” de Jonathan Lethem; la ternura cyberpunk de “We3” de Grant Morrison y Frank Quitely; un pequeño cuento de Dave Eggers sobre un policía triste que leí en “Letras libres”; la poética de la ceguera de “Lecciones para una liebre muerta” de Bellatin; el ensayo sobre Dalí, Warhol y las vacaciones que aparece en “Personas en loop” de Diedrich Diederichsen; las indagaciones respecto a qué es un clásico de Coetzee en “Costas extrañas”; y un verso de “Autorretrato de memoria” de Gonzalo Millán que es un one-liner de Año Nuevo inminente, reflejo y especular, que sirve como extraña brújula respecto a lo que pasó, lo que vi, leí y escribí. Dice Millán, como quien suelta un koan zen a las masas y espera el reflujo de la memoria, el implacable golpe de vuelta: “el empleo de la palabra recordar por despertar”

 
pop & ficción, notas al azar, work in progress y crónicas inmediatas by bisama

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