academia
El comelibros de esta semana es confesional y algo académico. Así que le pongo un bonus track o una tarea para los lectores: que anoten los libros que más detestaron leer y que tuvieron que revisar en la universidad. O sea, los cinco libros que odiaron y se tuvieron que bancar sin poder evitarlo. Un anti ranking. Una funa. Una revancha.
anoto los míos:
1-. Hijo de mí, Antonio Gil.
2-. La colmena, Camilo José Cela.
3-. El ideal de un calavera, Alberto Blest Gana.
4-. Las cartas de Pedro de Valdivia
5-. Amado Amo, Rosa Montero.
ahora, the text:
Siempre he desconfiado de los best sellers académicos. Cuando estudiaba en la universidad, por cada libro de Antonio Gil o Sonia Montecinos fijado para alguna prueba, me zampaba dos de Stephen King y tres de Bukowski como revancha. Supongo que intentaba compensar así el tiempo perdido leyendo de manera obligatoria. O equilibrar las cosas. O despejar la mente. Ahora –años después, cuando yo mismo programo una serie de libros para mis cursos semestrales- constato de nuevo el fenómeno: hay una suerte de textos que en vez de tener una vida normal –de su aparición al olvido- en manos de un lector corriente resucitan como el material que nutre los currículos de literatura, a la manera de zombies protagonizando una enésima secuela.
Pienso de este modo, en ciertos textos de Diamela Eltit, Jorge Guzmán, Carlos Franz, Pía Barros o Mercedes Valdivieso, obras que han tenido una sobrevida algo artificial, estudiados hasta la saciedad, incluidos a ratos en el canon por majadería más que convencimiento. Por supuesto, no es culpa de los autores, sino a ratos de ciertas modas teóricas. Dependiendo del día y de la hora, en la universidades se pone en boga tal o cual escritor, multiplicándose las tesis, los ensayos, los artículos, las entrevistas y los homenajes. Eso porque, en el medio académico, Diamela Eltit y Jorge Guzmán tienen más éxito que Isabel Allende y Hernán Rivera Letelier juntos. Lo anterior no tiene nada malo, el problema es que no sé si sea por los textos mismos o porque a ratos, los académicos encontramos en ellos caballitos de batalla con los que predicar el evangelio crítico de la temporada.
Por supuesto, pasa también lo contrario: hay obras fríamente calculadas y escritas para ser deglutidas por la academia. Cuando Bolaño hablaba de las “diamelitas” supongo que se refería a eso, a obras como, por ejemplo, “Mapocho” de Nona Fernández que contiene todos y cada uno de los temas esbozados en los últimos quince años en las aulas universitarias: la opresión genérica, el incesto, la historia de Chile, la ciudad y sus márgenes, la orfandad, los guachos. En manos de estudiantes de literatura dispuestos a salir del paso del engorroso trámite de una tesis, “Mapocho” se ofrece como un cajón de sastre para todo el que quiera –feministas, críticos culturales, lectores políticamente correctos- saque su tajada de la torta. Especie de compendio de las estéticas de la diferencia sobre las que Nelly Richard y sus clones vienen pontificando desde hace más de veinte años, “Mapocho” es el perfecto best seller académico, un texto carente de interés para el lector común pero lo suficientemente enrevesado como para un consumo universitario.
Ese consumo –o escritura- tiene sus consecuencias. La más importante: el hecho de que cualquier clase de vanguardia queda de antemano agotada por la repetición exacerbada de transgresiones, canonizadas éstas por un afán entre oportunista y políticamente correcto. De este modo, estas ficciones se posicionan así en una retaguardia cuyo único sentido es la repetición de los saberes aprendidos y la práctica de una crítica política o estética algo perezosa. El ejercicio del análisis inteligente –que incluye incorrección o disenso, el misreading de Bloom o la lectura paranoica tipo Piglia- se pierde así en textos ofrecidos como enigmas ya resueltos y experimentaciones hechas casi con receta de cocina; libros cuya respuestas sabemos de antemano, versiones post de las obras de Richard Bach: ficciones sin un centro secreto, perdidas en una marea de eruditos que leen ahí lo que quieren leer hacer esfuerzo alguno, sin jugar entre sombras y abordar el riesgo o el misterio.
Revista de Libros, El Mercurio, 19 de agosto del 2005