Bruce Dickinson, Iron Maiden.
“El maestro dice que es Mozart, pero suena a chicle”, canta Leonard Cohen en “Waiting for the miracle”; una frase que puede resumir lo que pasa cuando disfrazamos de poetas sublimes a meras estrellas pop –como Arjona, como Morrisey- cuya principal gracia es, obvio, ser estrellas pop. Las excepciones son contadas. Como literatura pura y dura, la música puede ser una fuente de agua turbia donde brillan a ratos peces de colores. Los mejores ejemplos son artistas como Leonard Cohen y Nick Cave, gente que ha urdido piezas perfectas que podrían incluso, gustarle a Harold Bloom. Pura poesía: “Hay una sala de conciertos en Viena/donde tu boca pasó un millar de pruebas./Hay un bar donde los muchachos han parado de hablar./ Han sido sentenciados a muerte por las azules melancolías del blues./ Ah ¿ pero quién es que asciende hasta tu retrato con una guirnalda de lágrimas recién cortadas ?” (“Take this waltz”, Cohen); “Por nuestro amor devuelve todas las cartas./ Por nuestro amor un San Valentín de sangre./Por nuestro amor deja que todos los amantes plantados lloren/ La gente simplemente no es buena”. (“La gente no es buena”, Cave).
Y hay más. Están Dylan (candidato eterno y secreto al Nobel), Lou Reed, Tori Amos o los Sonic Youth adaptando a Ginsberg o citando a William Gibson. En Chile, aparte del canon de Violeta Parra y Víctor Jara se me ocurren pocos letristas de fuste más allá de héroes irregulares como Jorge González y uno que otro trovador profesional como Payo Grondona. Disparo un par al vuelo y elijo el riesgo y la excentricidad por sobre el lirismo clasicista de tipos como Alberto Plaza o Keko Yunge. El primero es Mauricio Redolés, quien en el imprescindible “Bello Barrio” (1987) mezclaba poesía política, punk y los paisajes de Londres y Santiago con una desolación y una fuerza inédita en nuestra tradición cultural, ya sea literaria o musical. Redolés lo repetiría en “¿Quién mató a Gaete” (1996), tal vez la mejor crónica escrita de la transición chilena porque al tal Gaete “lo mató la Corte Suprema o murió de pura pena/ Lo mataron los nuevos tiempos (...)“Lo mató el Fondart/ no tenía pituto la falta de tuto/Murió en la inopia se suicidó en defensa propia/ Murió sin ayuda fue la Fundación Neruda/ Lo mató el king-kong lo mató el bam-bam/ Lo mató el big-bang murió en sing-sing/ /Diagnóstico trombosis/ lo mató el Fosis / fue una sobredosis”
Extremo, Rodrigo “Pera” Cuadra, comentarista de films bizarres y cabeza de Dorso, experimenta con el lenguaje más que la mitad que todos esos poetas hip-hop/jóvenes que aparecen en la cacareada antología de Zurita y en “Desencanto General”. Cuadra escribe canciones en una mezcla de castellano y spanglish que cita al cine gore pero que no olvida el paisaje del Mapocho. Es poesía apocalíptica y sin sentido, hecha con bestialismo cinéfilo , un pastiche literario más efectivo que todas las canciones clones de Roberto Parra hechas por Alvaro Henríquez. Es verdadera y barata vanguardia pop, un chicle que sabe a Mozart: “from the space algo se acerca/underground coming the bestias/to destroy todo el planeta/dinosaur ultra charcheta/Preparen cohetes y manga de tanques/rayos destructivos no quedamos vivos/Mission destruir maquetas/con las garras y aletas/el traje tiene cierre/Big monsters black and verdes” (“Big monsters aventura”, 1994)