Una vieja crítica de “Plataforma”, ahora que “La posibilidad de una isla” se lanza el 31 de agosto. Dato mutante: Houellebecq es amigo íntimo de Rael, el líder de los “raelianos”, una extraña secta fundada por un periodista deportivo/cantante pop –creo- abducido en los 70 y que entre sus demandas está la exigencia a la ONU de una embajada para los extraterrestres en Israel, el aviso del logro de la primera clonación humana, ademas –y esto es lo inquietante- la detención de algunos miembros belgas del grupo por un escándalo de pedofilia. Raro todo: es como Jonathan Franzen se hiciera amigo de David Koresh. O Phillip Roth de Antón LaVey. Nota 0: Houellebecq ya había hablado de los raelianos en “Lanzarote”. Nota 1: le pasé mi copia de “Plataforma” a un viejo amigo heavy metal y nunca me la devolvió. Nota 2: no la echo de menos.
Puede ser raro, pero la mejor novela romántica del siglo XXI no la ha escrito Danielle Steel sino Michel Houellebecq: “Plataforma”, a pesar de la ultraviolencia, los comentarios racistas y la visión denigrante e individualista sobre la sociedad moderna, es una historia de amor y de las buenas. Torcida, pero con una anécdota casi sacada de una canción pop: chico conoce a chica, son felices, planean un futuro juntos y luego chica muere. Eso, con una salvedad, chico y chica practican menages a trois, parasitan del consumo y viajan al tercer mundo como una Disneylandia sexual que el europeo medio está listo para tomar por asalto. En “Plataforma” Michel Houellebecq ha dejado el tono mesiánico/nihilista que animaba a “Las partículas elementales” (la mejor novela narrada alguna vez por un clon) y la rabia existencial de “Ampliación del campo de batalla” (un relato triste, que mezclaba a Camus con los computadores McIntosh) para centrarse en las infinitas variaciones del amor en el nuevo siglo. Pero, ojo, no es una novela erótica. Hay demasiada carne expuesta como para glorificar al cuerpo. Mucho hardcore y carnaza. Los protagonistas se mueven entre talibanes, sadomasoquismo y masajes tailandeses servidos por prostitutas adolescentes. Bombas, balas,miembros cortados, masacres y orgías varias en las naciones con menos derechos humanos del mundo, pero con más turismo sexual, Cuba y Tailandia. ¿Extremo?. Por supuesto. “Plataforma” es una extraña mezcla de sociología, pornografía y novela de tesis. Narrada en primera persona, en ella Houellebecq ha llevado sus procedimientos a tal nivel que hace aparecer a la literatura como una la única herramienta capaz de indagar en la zona más oscura de la modernidad: la relación entre la globalización y el deseo de los ciudadanos que la viven y ejecutan. Lo gracioso es que tampoco es tan nuevo. La novedad de “Plataforma” disfraza una obra naturalista clásica, con el libro dispuesto a probar una hipótesis en tanto sistema de denuncia social, como si Emile Zola o Augusto Comte desearan desesperadamante a alemanas bisexuales con piercing en los pechos. Así, “Plataforma” no es un texto agradable ni bonito. Houellebecq ha sido acusado de xenofobia por su tratamiento del Islam y de misógeno por su mirada sometida de la mujer. Eso está ahí, es innegable, aunque no quita lo otro. Por el contrario, lo vuelve más complejo mientras reivindica esa utopía que, por ejemplo, Andrés Calamaro transformó en su hit más manido: no se puede vivir sin amor. De este modo, el texto posee la peor y más efectiva de las poesías porque conmueve al lector y lo remece. Lo obliga a pensar en lo que desea y cómo lo desea, obligándolo a dudar entre enviar la novela a la hoguera o utilizarla como vara para medir la literatura que viene.