El comelibros de hoy trata de Donoso y aquí está y léanlo y todo eso y va ilustrado con una foto de Blue Demon. Hagamos el esfuerzo, amigos, pensemos a José Donoso detrás de esa máscara de luchador mexicano como si fuera el héroe de una película de acción sudaca y camp, un concepto que pueder ser metáfora –a ratos- de nuestra literatura.
Le dieron el Premio José Donoso a Ricardo Piglia y eso me hizo pensar en él. No en Piglia sino en Donoso. O más bien en ambos. Y empecé a imaginar a Donoso como un personaje de Piglia o en la tradición de Piglia. Donoso como, por ejemplo, alguno de los ilustres monstruos de “La sinagoga de los iconoclastas” de Wilcock. Recordé también el hecho de Francesco Varanini, autor del monumental y arbitrario “Viaje literario por América Latina” no lo menciona demasiado. Y la extraña situación de que la novela que más me gusta –o que recuerdo con más cariño, mejor dicho- de Donoso es “La desesperanza”, que es una obra menor, fallida y vagamente biográfica. Eso, porque Donoso -que es el centro de nuestro canon- a lo mejor necesita ser leído desde sus propios excesos o bordes, desde sus pequeñas y sutiles novelitas porno (“La extraña desaparición de la Marquesita de Loria”), su obra queer –como dicen los académicos a la moda- (“El lugar sin límites”), sus relatos de terror puro y duro (“Los habitantes de la ruina inconclusa”), su hipertrofiada belle epoque hecha a la medida (“Casa de campo”), o simplemente su muy pero muy chileno resentimiento (“El jardín de al lado”).O sea, un escritor cuya obra no tiene nada que ver con la posición donde se le ha puesto, gracias a novelas ejemplares como “Coronación” y “Este domingo”. De hecho esas obras son las que menos me atraen, vistas desde un presente. Novelas correctoras de clase, como diría Promis, ambas se empantanan en ese Chile decimonónico que se hace pedazos en los 20 y se convierte en una casa desolada en los 50. Ambas son obras escritas por un tuerto en un país de ciegos, prolijas y perfectas, llenas de esa doble moral algo inglesa a la que aspiramos como paradigma de identidad. Son impecables, lo admito pero me agrada más ese Donoso que asume la frivolidad y la cursilería como marcas de estilo. Ese que publica una “Historia personal del boom” y deja que su propia esposa escriba la mejor parte al hablar de vida doméstica de García Márquez y Cía. Un Donoso algo dubitativo, que recuerda genealogías completas, empecinado en lo menor, fanático de artesanías barrocas pasadas de moda, queriendo hablar las lenguas muertas de James y Fitzgerald pero atrapado por un Chile casi siempre infernal. Carlos Franz se quejaba el año pasado del olvido en el que ha caído a Donoso. Yo no creo que ese olvido sea tal, por lo menos acá. A Donoso se lo debería recordar del mismo modo en que el personaje de Renzi lee a Borges en “Respiración artificial” de Piglia: por medio de una lectura que en vez de destacar su modernidad se concentre en sus anacronismos. Debemos leer a José Donoso así tal vez, quemado en el aceite de las contradicciones, poniendo la levedad encima del canon, las obras menores arriba de las mayores, los hechos inocuos de su biografía arriba de los mitos. Preguntarnos por su ideología más allá de consignar –por ejemplo- la alegoría del golpe que es “Casa de campo” o todo ese rollo del taller donde se formó la narrativa de los 90. Debemos descontextualizar a Donoso. Leerlo al lado como una versión for export de Couve, por ejemplo. O, al revés, ver en él lisa y llanamente como un autor de best sellers. Cambiar el enfoque, olvidar la teoría, sospechar de él, desconfiar de él, mirarlo por enésima y primera vez, de nuevo.
Revista de Libros, El Mercurio, 23 de septiembre del 2005.