comelibros
Friday, October 14, 2005
  Rocinante is dead

Se acabó Rocinante. No va más. Lástima. Mala cosa. Demon days. La verdad que podría hablar de el fin de una era, de horrible que es la situación de la cultura chilena y la falta del apoyo del estado pero no lo voy a hacer. Eso lo están haciendo todos, con justa razón y Faride Zerán a la cabeza. Lo que si voy a hacer, de manera algo gratuita es publicar aquí como pequeño homenaje, un texto que mandé hace años y no me pescaron o no llegó y con el que no pasó nada, una pequeña necrológica sobre Sergio Vodanovic que era, tal vez, demasiado pop al lado de tanta cosa dedicada a Neruda, y que ahora viene de perillas cuando se ha desatado todo este revival de los 80. (Ojo y desvío acelerado: “La era ochentera”, el libro de García & Contardo está total). Pero vuelvo al tema. Se acabó Rocinante en los momentos justos en resucita el catálogo discográfico de Rodolfo Navech. Los caminos de la vida son absolutamente idiotas. O como dice Dylan, creo, no hay forma de volver a casa.

Contrabando de emociones

No deja de ser sorprendente que en casi todas elegías escritas sobre el dramaturgo Sergio Vodanovic, se mencione como nota al pie de página que además de ser parte clave de la historia del teatro chileno, además se haya encargado de escribir unas cuantas teleseries. Marginar esa parte de la producción de un tipo como Vodanovic no sólo es curioso sino que significa condenar al ostracismo un formato, el del melodrama televisivo, que resulta ser parte integral de la cultura popular chilena.

El acto puede ser intencionado y justificado: en el teatro siempre es necesario ejercer algún tipo de memoria forzada para traspasar a la historia los hitos del mismo, mientras que en el caso de las teleseries el recuerdo está asegurado de antemano. Ahí la masividad obligada del producto deviene en memorabilia popular como un registro de tics, modismos que representan el signo de los tiempos donde el espectáculo fue producido (sí, las teleseries son un gran espectáculo), y la fagocitosis de argumentos, personajes y efectos que deviene en una suerte de canon del culebrón, un hilo oculto que hermana las formas que tiene el medio televisivo latinoamericano de contar las historias del ciudadano, de representarlo vía ficción.

De ahí que no sea extraño que Vodanovic haya firmado una de las teleseries más perversas jamás hechas en Chile, "Los títeres" que data de la mitad de la década de los ochenta y que es recordada como un hito en el medio por razones que van desde lo estético hasta lo anecdótico. Protagonizada por la dupla Munchmayer/Di Girolamo y dirigida por el otrora eficaz Oscar Rodríguez, "Los títeres" tenía todos los elementos comunes del medio (venganzas, relaciones trizadas, parejas divididas y lucha de clases) pero además sumaba un lado retorcido casi inaudito. Una obra extrema a la hora de tratar el tema de la venganza y la culpa: una mujer vejada y huérfana retornaba a Chile para vengarse de quienes habían causado la muerte de su padre, se habían burlado de ella y la habían forzado a un exilio donde por necesidad se había transformado en empresaria. Hasta ahí la obra no tenía nada nuevo, nada que no hubiera tratado Arturo Moya Grau de "La Madrasta" o "La hora del cobarde". Lo distinto era el tono que Vodanovic le había dado a la heroína porque entre otras cosas Artemisa (Claudia Di Girolamo) basaba su negocio en la venta a alto precio de mercancías esenciales a países aquejados de desastres naturales y tenía como fetiche representar en un teatro de marionetas su tragedia juvenil todas las noches antes de acostarse. Con una heroína así, ningún villano podía irle a la zaga: Artemisa se encargaba pacientemente de destruir a un vecindario completo antes de encontrar la redención en los brazos de Cristián Campos, un médico con vocación social marginado por su condición de "huacho" por el resto de los personajes.

Todo en "Los títeres" era viciado, enfermo y retorcido. Sergio Vodanovic se encargaba de escribir los textos y Oscar Rodríguez de hacer el resto. Desde la angustiosa canción inicial hasta los ambientes, pasando por un tono generalmente opaco de iluminación mostraba un Chile en extinción, ese que terminó de rematar el kischt de las políticas habitacionales de la dictadura. Eso, porque a pesar de tratar de megacorporaciones, "Los títeres" tenía en la cultura del barrio su elemento fundamental. Centrada en la vieja clase media chilena, el tono íntimo del programa siempre estaba en tensión, a punto de estallar, como los personajes, que vivían en perpetuos desastres: escritores frustrados, fotógrafos de pacotilla, aristócratas que contemplaban el apocalipsis de su vida familiar.

Con todo, voluntaria o involuntariamente, "Los títeres" era una de las alegorías más ácidas firmadas en tiempos de dictadura porque a pesar de su carácter masivo, se las arreglaba para ver más allá del género y meter algunas emociones de contrabando. No tocaba el tema político directamente pero el estado de sospecha que se colaba en la obra (del mismo modo que "La última cruz" de Arturo Moya Grau) trascendía el promedio. Es obvio que una teleserie como "Los títeres" ahora resultaría indigesta. Los tiempos que corren piden salidas fáciles, humor rápido y emociones ligeras como un yogurt. "Los títeres" no tenía nada de eso, tenía violencia, susurros y paredes asfixiantes. Tenía un sentido de la justicia implacable y algo de afán de redención. Tenía algunas fallas, eso es obvio (detalle anecdótico: actuaban Luis Jara y Marcelo, el de "Cachureos") pero se las arreglaba para hacer que los decorados falsos descorrieran un poco los tupidos velos, explicitando en el drama de consumo masivo algunos temores que el espectador real vivía a diario. Eso de por sí es un mérito, algo casi inencontrable ahora, en la iluminación impecable del melodrama ligth que sólo quiere afirmar el rating del noticiero.

 
Comments:
Hay conflictos "sociales" sobre los cuales simplemente no sé qué pensar. Y, humildemente, prefiero asesorarme. No puede terminar de hacerme sentido que Rocinante le eche la culpa de su mal destino al gobierno. Y prefiero que alguien me lo explique antes que comenzar a recurrir a argumentos odiosos. Mal que mal, soy el tipo de persona que sí justificaría la intervención estatal (o legal) para que se difundiera obligatoriamente más música chilena en radios. Una propuesta "espantosa y trasnochada" que defendería a mucha honra. Sin embargo, no he podido entusiasmarme con los argumentos de Faride.

Quizás tú puedas darnos tu opinión.
 
mi opinión es contradictoria y arbitraria. todavía no lo proceso. supongo que hace falta uno o dos meses para ver en qué se extraña a rocinante, aunque sea por el sagrado reportaje mensual a algún aspecto de neruda. creo que sí se debió a un problema de falta de auspicios y a un tema de subvenciones; a una suerte de inanición silenciosa donde sí actuó el estado, pero también debido a un asunto de mirada editorial. hace 7 años rocinante marcaba la pauta del debate, generaba tendencias, sobre todo en política. ciertas operaciones respecto a las políticas culturales de Lagos se hicieron desde ahí. pero eso en algún momento dejó de ser así. los lectores fieles dirían que porque la revista se volvió demasiado corrosiva o porque al revés, dejó de serlo. no sé. por otro lado, salvo contados casos -yo diría los textos de p espinosa que se volvieron cada vez más radicales y arriesgados con el correr del tiempo, además de inclusiones de j pastor mellado más varios reportajes, entre ellos un dossier sobre paz ciudadana de j a guzman y marcela ramos, por ejemplo- hace tiempo que el ojo de rocinante se había quedado en el pasado, en una mirada patrimonial que carecía de una necesaria e implacable autocrítica, sobre todo después de que j m varas dejó de ser editor. lo lamentable es que en cierto modo, la izquierda, el mundo progresista al cual rocinante aspiraba a representar dejó de tenerla como referente. a lo mejor ese mundo cambió. a lo mejor rocinante no cambió. a lo mejor the clinic empezó a cumplir el rol de rocinante en el debate. no sé. es confuso. lo lamento profundamente, en todo caso, hace varios meses había empezado a comprarla de nuevo, no sé por qué razones, suponiendo que se iba a acabar, me imagino. eso. no es agradable que desaparezca la revista, sobre todo para quienes fuimos lectores de la epoca, ese viejo diario del que rocinante parecía en sus primeros tiempos una especie de secuela de animé directa a video. eso.
saludos

a.
 
querido bisama: no. esta vez no comparto. rocinante murió porque como revista era muy mala, tenía lo peor de la arrogancia moral de los illuminati shilensis, que elaboraban sesudas teorías que no cuidaban de verificar con aquello que denominamos la realidad.

El momento en que a mí me agotó lo recuerdo muy claramente: La portada post 11 de septiembre del 2001 con bush y osama empatados. un pésimo gobernante equiparado con un óptimo terrorista. lo que se puede esperar de una conversa cervecerea en la fuente de soda de la esquina pero que en boca de quienes han estudiado en oxford, y dedican horas del día a estudiar me resultaba francamente insoportable.

el argumento neo-estalinista de la falta de auspicios me parece patético: como apuntaba pato navia hace unos días: ¿cómo pueden autocalificarse de independientes y reclamarle al Estado que no publicita en sus páginas?

vuelvo a la arrogancia: para escribir con el tono profético y rotundo de un foucault no basta con haber leído a derrida y escupirle a tironi la culpa de todos nuestros males.
es muy grave que la izquierda deje de cumpir su deber de conciencia critica para limitarse a repetir eslogans archiprobados que aseguran gratos viajes a cuba, aplausos en peñas y que están repletos de una algo trasnochada retórica galeano-nerudiana. muera volodia, larga vida al pop guachaca.
 
rocinante cagó por fomes y, además, pesados... izquierda trasnochada... rocinante es a la izquierda lo que mega es a la derecha... una amplificación caricaturesca de sus defectos...
no me apena especialmente que desaparezcan, lo que sí me apena es que no haya un medio escrito realmente bueno en materia de cultura... me gustaría algo así como una mezcla entre el village voice, la primera época de rolling stone, evergreen review, mcsweenies, el paseante, lateral, the wire, paris review, playboy, etc...
no sé... world gone wrong
 
No existe la revista perfecta. Yo nunca leí Rocinante. Creo que lo compré una vez, por error. Pero sí necesité Rocinante. Muchas veces, reporteando, o simplemente curioseando en temas, llegué a algún artículo de Rocinante en la web (publicado por alguien más, porque la página no era muy buena). Lei articulos de documentales y visitas de directores extranjeros que no leí en ninguna otra parte, con preguntas atinadas. Pero es todo lo que puedo decir. No sé si eso basta para aparezca acá lamentando su pérdida. Me imagino que está mal.

Respecto a lo de izquierda trasnochada, ¿acaso no toda la izquierda se perdió en medio de la noche? The Clinic ha mejorado, pero nunca me sentí ni me sentiré parte de la izquierda Liguria. La izquierda tiene una carota gigante de Lagos frente a sus narices y no dice nada. Eso da para avergonzarse.

Supongo que hablar de izquierda y derecha se queda corto. Lo mismo las caricaturas de liberal y conservador. Quizás lo único que nos quedé de definición será si somos permeables o impermeables. Permeables a lo que ocurre en el mundo, o ajenos a él. La derecha y los comunistas son impermeables. Y yo creo que soy de los otros. Pero esa es otra historia. Algún día publicaré mi manifiesto de teoría política. De momento, me alegra formar parte de estos debates.

saludos

Gonzalo Maza
 
Es interesante lo que dice Maza, pero mi lectura es que hace rato Rocinante se encontraba en una especie de retaguardia, por lo menos literariamente y políticamente hablando, salvo en contadas ocasiones. Lo interesante es que se trata de un proyecto que se fue desperfilando con el el tiempo. Me resisto a creer que se tratara de una revista cultural sino que, más bien, se trataba de un magazine de política y esa agenda en algún momento la perdieron: para una revista que se quejaba largamente de todo lo que hacía para que la concertación evolucionara, es raro que ellos mismos no lo hubieran hecho. Terminaron como una revista cultural porque perdieron la brújula en política. Repito: cero discursos nuevos, cero apertura, su valor era más testimonial que contextual. Mucha entrevista a Saramago pero poca en enjundia. Mucho cliché, a mi juicio. Pero, como en el comment anterior, no creo que ese haya sido el problema ni que la cosa hubiera radicado en el tema de la sección literaria –que te podía gustar o no pero que estaba ahí y funcionaba- sino por el contrario, se trata de un problema con el resto de la revista: los reportajes no eran demasiado agresivos, los ensayos no ensayaban ni experimentaban, se quejaba de la farandulización de la política pero no presentaban alternativas. Rocinante no marcó la pauta con el caso Spiniak ni con el MOP Gates ni se preocupó de las estrategias de acomodo o desacomodo de los candidatos. Prefirió volverse nostálgica y hablar de Neruda. Prefirió quedarse en la banca, mascando la falta de apoyo antes de salir a la cancha a jugar. En cierto modo, esperaba que el estado la salvara, pero el estado que sí la había necesitado hace siete años, ya no tenía lugar para ella. Repito: es una lástima. Extraño a Rocinante porque me recuerda a La Epoca, porque me recuerda a Carlos Olivarez, porque me recuerda que a veces el disenso puede ser molesto e incómodo y necesario. Pero Rocinante no incomodaba a nadie, salvo a los que les gusta sentirse que incomodan. Eso. Saludos a todos.
 
No conocí la revista pero qué bueno que no pescaron tu artículo sobre los títeres porque así pude leerlo acá. muy bueno. gracias.
 
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