Escribí un libro de crónicas que debería aparecer en enero. En uno de los textos el protagonista es Zalo Reyes, héroe pop local. Hace un rato, leyendo “Artículos de prensa” del fallecido Cristián Huneeus encontré este pequeño texto. Sincronía. Lo transcribo completo porque se me antoja inevitable y porque vale recordar a Huneeus que era poseedor de una lucidez imposible en estos días confusos. En el texto se nota, tiene un no sé qué que logra algo perfecto: mezcla la mirada del fan, la polaroid local y uno que otro toque excéntrico que lo vuelve entrañable. Ojo con el fragmento destacado en negrita.
ZALO EN “EL PARRUNGUE”
Por Cristián Huneeus
Por tercer año consecutivo el Restaurante Parrungue, ubicado entre Maitencillo y Puchuncaví, por el camino de la costa, inicia la temporada de verano. Esta vez lo patrocina Tony Cussen, uno de los socios antiguos, y Celia, su mujer californiana. Abren los viernes y sábados en la noche. Celia, sonriente, algo nerviosa, atiende la caja, y Tony se instala detrás de la barra con un sombrero de pita, el “sombrero de la buena suerte”, a saludar a los conocidos y observar, entre asombrado y pensativo, a los veraneantes que llegan en grandes grupos, cruzan con aire de andar perdidos por el hall de la entrada, y vienen a relajarse una vez que se ubican en las mesas del vasto patio abierto a las estrellas. Es un espacio limpio y sereno, rodeado de corredores blancos, con un molle -me parece que es un molle- cerca del escenario para la actuación de los artistas. Tal vez sea un espacio demasiado sereno, especialmente en las noches de luna, cuando aparece el paisaje de cerros y los tonos oscuros de los árboles resaltan contra la claridad de los amarillos y la naturaleza se deja, discretamente, ordenar por las rectas horizontales del patio. Es un espacio para disfrutes refinados. Quizá para jugar un ajedrez con piezas gigantes. Para el ocio total. Para escuchar música de cámara. O para ahondar y matizar afinidades en una relación de amor.
El viernes 6 (y el sábado 7) ese espacio lo ocupó Zalo Reyes. Con su desplante, su instinto y su simpatía, Zalo puede, sin mayor dilema, ocupar cualquier espacio que se le proponga. No le faltan codos. Hace poco, declaró: “Me critican que ande en un Mercedes Benz. ¿Y saben Uds. por qué ando en un Mercedes? Porque me lo merezco”.
El año pasado me tocó verlo en el Festival de Viña. Un grupo de amigos hicimos viaje especial desde Zapallar. Nos hizo la noche. Le encontré un tal dominio de masa, y tales bríos para contagiarle su alegría de ser quien es y estar ahí, que me pareció -fuera de que se le parece físicamente- lo más parecido a Perón que hemos tenido en América Latina desde el propio Perón.
Zalo en el Panungue sacó al público de la distracción y el desvarío a que habrían podido inducirlo las características del lugar. Y eso que Zalo, que nunca ha sido autocrítico, se repitió hasta donde quiso. Una vez que hubo terminado su show, todo el mundo emprendió la retirada. Y el lugar volvió a caer bajo el efecto de las colinas que en silencio lo envuelven.
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