Sucedió en 1973. Empezó a escribir en el seminario, cuando compartía habitación con el melancólico Samuel Kreutzberger. A los dos les gustaban las películas de los hermanos Lahsen. Se preguntaban si había alguna clase de enseñanza bíblica en ellas. No llegaban a ninguna conclusión y seguían rezando. A él le interesaba una teoría, -que por cierto Kreutzberger no despreciaba- sobre el hecho de que esas oraciones permitían que el mundo siguiera en marcha. Hablaban de eso pero no iban más allá en la discusión.
Lo importante: en esa época –tenía 21 o 22 años- y leyó “Dracula” de Bram Stoker durante las pausas en la interminable secuencia de rezos diarios. Y lo disfrutó. Tuvo dos semanas seguidas de pesadillas. Se las contó a Kreutzberger, que le dijo que las pusiera por escrito. Lo hizo. Esa semana, cuando ve a fue a ver a su confesor no le dijo nada de eso, de lo que planeaba escribir. Tampoco de sus sueños y pesadillas. Se lo guardó como una especie de vida secreta, pensó. Aquí hay tipos que son maricas, otros que tienen parejas, otros que leen porno, a mí me interesan los vampiros. No es gran cosa, pensó. Peores son esos obispos perfumados que andan detrás de los chicos del coro.
Así que puso manos a la obra. Primero ordenó sus sueños de tal modo de dotarlos de coherencia. Luego empezó a trabajar sobre esas visiones, a generar una estructura. Se tardó varios meses en eso. Al final se puso a escribir. Lo que salió fue una novela de 400 carillas y sin nombre, sobre una mujer vampiro que visita diversos universos, lugares y tiempos de la historia. La mujer busca un ángel porque hay algo entre ellos no resuelto. Los encuentros, fugaces, llenos de sangre de víctimas inocentes se suceden: Egipto, Roma,
Eso pasó. Terminó el texto y se la envió a un editor que le había recomendado Kreutzberger y que conocía de alguna parte. El mismo que publicaba las novelas escritas por J. Watcher protagonizadas por el detective Romeo Marín, aquel enano izquierdista que resolvía crímenes relacionados con el mundo del arte. Al editor, que ea miembro del Mapu pero que gozaba con la literatura gótica le encantó. Aceptó publicarla de inmediato. La novela salió a librerías el 9 de septiembre. El 11 el país estalló. A mitad de octubre, un grupo del ejército quemó la bodega donde se guardaban los libros de la editorial.
El dejó la escritura. Se ordenó sacerdote. El apocalipsis se volvió real. Chile se llenó demonios mucho peores que los vampiros. Samuel Kreutzberger dejó el seminario y se perdió en Europa. A los 50 años se transformó en una estrella televisiva y a los 60 en un mesías terrorista que lideraba su propia secta. El se perdió, como contrapunto, en los infinitos laberintos de