comelibros
Tuesday, December 27, 2005
  comelibros: Dj poet & clones

He estado fuera por un rato. En las últimas tres semanas terminé de corregir “Postales urbanas”, un libro de crónicas que sale en enero por El Mercurio-Aguilar (más información la próxima semana), cerré el año académico y me leí Infinite Crisis Nº 3, la biografía de Luis Dimas y un libro de cuentos cortos de Dave Eggers, entre otras cosas. Tenía la cabeza y el disco duro ocupados. Ahora vuelvo y este blog recupera, en cierto modo, algo de periodicidad y para ponerme al día subo las dos últimas columnas de Revista de Libros. La foto -una foto porteña, una imagen que Carla descubrió y que yo me apuré para sacar- es por supuesto, alusiva a las fiestas.


DJ Poet

Hace un par de semanas con Sergio Parra hablábamos del poeta como discjockey. Léase “Dj”, “dejota”, “diyei”, “pinchadiscos” o como diablos se escriba o diga. En esa conversación, recuerdo, Parra hacía un gesto como si jugara con tornamesas invisibles, mezclando discos imaginarios. Lo raro es que la idea me quedó dando vueltas, así que leí –de nuevo, y no sé si eso es bueno, malo o peor- “Cantares”, la antología de poesía joven de Raúl Zurita, revisé clásicos y pensé en el asunto. Y llegué a algunas conclusiones que en realidad son intuiciones. La central: Sergio Parra tiene razón. Los mejores poetas de estos días son diyeis. Cortan, pegan, hacen piruetas, saben entretener al público. Al azar, pienso en Germán Carrasco, que parece bebopear en un club de acid jazz. O en Bertoni, una discoteca andante de soul y funk. O en Bruno Vidal, que mezcla marchas militares y gritos de horror en cacofonías que él sólo puede bailar. O en Diego Ramírez, puro pop tipo Placebo. Y por supuesto, en el viejo Nicanor Parra, que es el culpable de todo. A él, por lo menos acá, hay que responzabilizarlo porque cuando declaró que los poetas habían bajado del Olimpo, también destruyó de paso, ese tópico gastado –tipo poesía de bar porteño- donde el poeta declamaba de manera épica, nasal y sufrida, como si le doliera hasta el aire. Basta leer sus discursos de sobremesa para darse cuenta. Como en una discoteca donde todo vale –desde el kistch hasta lo clásico- parra es capaz de citar a Rulfo e intercambiarlo con el Chapulín Colorado mientras mueve las caderas. Parra remezcla tradiciones sin perder estilo, el swing. Lo mismo ocurre con Maquieira, que salta de Brando a Ratzinger como si manejara vinilos en una pista de baile apocalíptica. Maquieira mezcla a Parra y Parra mezcla al resto. Y así vamos. Y la poesía chilena es un montón de remixes, de extended plays, de versiones para discotecas. Debe ser un infierno, por cierto, para lectores aplicados de las obras de Neruda, que esperan en cierto modo el tono de un trovador iluminado y fácil de digerir. Pero por el contrario, hay que pensar que se trata de un territorio que agradaría a un Enrique Lihn, capaz de desfenestrarse en infinitas retóricas para señalar la imbecilidad natural de la literatura: manejo de citas propias y ajenas, caricaturas, invención de personajes. Su Pompier en cierto modo me recuerda a esos músicos electrónicos que se dividen en varios seudónimos, verdaderos laberintos de identidades que los hacen desaparecer. Por otro lado y a ratos, la mejor poesía nacional no tiene nada nuevo que decir pero sí harto que agitar y revolver, de convertirse en su propia parodia. De ahí que el poeta diyei no sea más que una máscara, un método, un sistema, una forma de zafar al aburrimiento de un género inútil. Por supuesto, esto es bueno y malo a la vez. Porque, por ejemplo, una buena parte de los pinchadiscos que se dicen dejotas son simples encargados de amplificación –cosa que le pasa a la mitad de loc chicos/as de “Cantares”-. Algunos, otros, son estrellas reales y no puro cuento, gente que convierte a la mezcla en un hecho estético, en un evento, un trip camino a otro planeta. La verdad, es que eso no pasa demasiado. Nuestro mejor poeta joven sigue siendo Nicanor Parra. Hay más vanguardia en su “Lear: Rey & Mendigo” que en los últimos diez años de poesía joven. Por otro lado, pienso en una frase que leí de Norman Cook, también llamado Fatboy Slim, DJ devenido en estrella dance, una frase que resume, que puede hacerse cargo de toda la última poesía chilena: “cuando soy DJ, tengo que pretender que soy aún más grande de lo que realmente soy, saltando en el escenario, moviendo los brazos en el aire”.


Clones

Nota crítica: es literariamente lamentable que Michel Houellebecq se haya enamorado o sea feliz con sus millones de euros. “La posibilidad de una isla”, su novela más reciente, carece de la sangre fría que constituía lo mejor de “Las partículas elementales”. Ahí, Houellebecq, era un narrador glacial, de un humor negro que no admitía nada más que la ironía y el horror. Ahora es un romántico solitario que llora por los pasillos y se entrega a la melancolía con el mismo fervor con el que antes abrazaba el nihilismo. Por supuesto está el obligado porno y unos cuantos kilos de misoginia pero algo se ha perdido y se le echa de menos tal y como se extraña cualquier placer culpable.

Así, Houellebecq, vuelve sobre el tema de los clones y los saca de la ciencia ficción para meterlos en un debate respecto a cierta saudade endémica de la cultura europea contemporánea. Pero lo interesante del libro no está ahí sino en las variaciones del modo en que lo leemos acá. Mientras nuestra clase ilustrada empatiza con su misantropía -que en el fondo es temor-, otros sospechamos que nos estamos perdiendo algunas cosas.

La razón: nosotros, los lectores latinoamericanos, somos los clones del presente. Somos clones leyendo una novela de clones. Y es una hipótesis que no hay que doblar mucho para que funcione porque leída desde acá -que es el tercer mundo o la cuarta dimensión- es aún más compleja porque sí, si se mira con detención tenemos algo de eso: la mano obrera de recambio perpetuo, los órganos del mercado negro, la identidad degradada en laberintos de pastiches, las versiones piratas de otras culturas. Nuestro mejor autor, Borges, era maestro de la clonación, por ejemplo. Basta mirar al XIX: nuestros padres fundadores clonaron sucesivamente al romanticismo, el realismo, el naturalismo. Algunos (Blest Gana, por ejemplo) eran clones aplicados, otros (Sarmiento), eran clones rebeldes. Angel Rama, tal vez el más lúcido de nuestros críticos, lo comprendió perfectamente: cuando habla de “transculturización narrativa” se está refiriendo en cómo nos apropiamos de la literatura de los otros para hacerla nuestra, de cómo la cambiamos y la volvemos única. En cómo deja de ser clónica para construir una identidad excepcional.

Y el tema está ahí. Daniel 25, el narrador de la novela de Houellebecq, podría no estar hablando desde el futuro sino desde Latinoamérica. Podría ser un escritor local, perdido entre Los Andes y el Pacífico. Un escritor que lee a su autor favorito y se pregunta por los agujeros negros en la traducción, por los métodos, por las imágenes. Por todo eso que no es suyo y es suyo a la vez. Esas preguntas –y sus consiguientes respuestas, que son los libros- son sus modos de emancipación, su forma de conseguir una identidad. Un clon que trabaja para dejar de ser clon. A veces se traviste con el manto de lo apócrifo, hace suyas aquellas imágenes falsas y las convierte en verdaderas. A veces hace contralecturas, escribe desde los intersticios y mientras los interviene intenta adquirir densidad y peso y visibilidad. Intenta conseguir sustancia. Prueba modular una voz propia, afirmar su individualidad, su excentricidad. A veces lo logra mientras sostiene la katana del parricidio y practica el kárate de la angustia de la influencia. A veces, un porcentaje indeterminado de las veces, se queda en el camino y no llega a ninguna parte, el laberinto de la identidad y sus reflejos torcidos lo devoran –como una maldición bíblica- por un rato, por un día o para siempre.

 
Comments:
Dentro de todo creo que la poesía chilena tienes varias voces interesantes, sin embargo creo que el futuro no es tan próspero como antaño, cuando lihn y Teillier llevaban la batuta, para hacer después aparecer a Maquieira y al mismo Sergio Parra, por citar algunos a la rápida...Aunque hay que reconocer que la poesía chilena está años luz de la narrativa... Bolaño arrasó con la literatura chilena, como me dijo la primera vez que conocí a sergio Parra en su librería, y creo que el tiempo le sigue dando la razón...
 
todo bién pero también dignece a contestar los comentarios, yo debo tener cómo 3 en tu blog y lña idea parece se interactuar o no?

www.revistaconciencia.blogspot.com
www.elviajeenparacaidas.blogspot.com
www.juanpablo01.blogspot.com
hablemos entonces!!!
 
Qué tal, Álvaro. Disfruté mucho el libro de Dimas. ¿Tú no?
 
putas, me ecantas
 
Bisama (¿o hay que llamarte Álvaro?): creo que la cosa del sampleo y los dj's tiene su lado fashionale y tb. su flip side. Sería bueno recalcar, como lo hicieran hace tiempo Deleuze y Guattari -muy citados en el último tiempo por ciertos decubridores chilenos- que las literaturas menores, y creo que vivimos en tiempos de literaturas menores, carecen de obras maestras y sí gozan orgullosamente de un sentido más bien colectivo, etc. ¿Onofre?
 
aló aló hay álguien ahí...
 
Estoy de acuerdo es casi todo lo que dices. A lo de Parra me sumo sin dudar, pero en el caso de Maquieira no será mucho. Siguiendo con tu analogía de los djs, tenemos que decir que algunos sin ser buenos son muy conocidos por un tema mediático. Creo que ese es el caso de Maquieira.
Y si, Chile no es más que un clon del primer mundo en lo que a poesía se refiere, salvo a la figura de Parra y alguno que otro (claro que todos estos son clones de don Nica).
Saludos, no olvides dar una vuelta por www.juanpablortizmoreno.blogspot.com
 
Interesante, Bisama. Tu tesis me recuerda algo a La era de la sospecha (creo que así se llamaba), un artículo de GGarcés publicado en la Ñ que volvía al viejo mito local: encontrar la hebra que una a todos los escritores latinoamericanos activos.
No pierdas tiempo con ese guatón del Dimas. La entrevista a González de Maldito Sudaca es notable: incluso cuando se gasta tirándole palos a Narea es entretenido de leer. Incluso cuando deja entrever lo que ya hemos comentado: que González escribió los cuentos sobre los '80 que ningún narrador local pescó, las historias cortas de obreros y estudiantes parqueados que después mutarían en esta melcocha de niñitos pijos aburridos en sus departamentos.
La foto del pascuero es notable. Un abrazo de Año Nuevo.
 
Aló aló.....
 
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