Una columna sobre cameos de escritores en el cine. Pancho Ramírez me indicó que faltaba el de Rushdie en alguna de Bridget Jones. ¿Alguien se acuerda de alguno más?
En uno de los momentos más delirantes de la secuela de “Los Gremlins” (Joe Dante), un evolucionado monstruo de bolsillo, al ser entrevistado por un anciano vestido de Drácula, declara por la televisión: “¿qué queremos?. Lo que todos quieren, incluidos los auditores: civilización (…) diplomacia, compasión, buenas maneras, tradición,
La cita es corrosiva y perfecta porque nada más divertido que un gremlins estableciendo, como sinónimo de cultura, a la autora de “Contra la interpretación”, pero también nada más revelador: hay en ese sarcasmo la confirmación una de una pequeña y secreta tradición pop/literaria, la de los cameos de los escritores en el cine, algo que revela a veces más de ellos que sus novelas. Basta pensar en la misma Sontag seguida de Saul Bellow iniciando “Zelig”, aquel falso documental de Woody Allen sobre un camaleón humano que encarnaba el siglo XX americano; o en el Marshal McLuhan de “Annie Hall”, del mismo Allen. O –ahora que está de moda- esa pésima actuación de Truman Capote en la horrenda “Murder by death” (1976). O el aire college perfecto y elitista de las chaquetas de tweed de Ariel Dorfman y William Styron en “Desnudos en Nueva York”, haciendo de sí mismos e identificados hasta con subtítulos. O la cara arrugada y la sabiduría terminal de William Burroughs en tres versiones distintas: el único habitante vivo de la tierra en un video de la etapa más disco de U2; un anciano armado hasta los dientes y disparando en el clip de “Just One Fix” de Ministry; y el melancólico y supremo sacerdote de la heroína en “Drugstore cowboy” de Gus Van Sant. O en el aire de fastidio de William Gibson en “Palmeras salvajes” –miniserie de Oliver Stone- donde confiesa estar hastiado de ser presentado como “el hombre que creó el ciberespacio”. Por supuesto -y por acá- están Poli Délano apareciendo “Días de Campo” de Ruiz y ese impresentable interpretación de Mario Benedetti como un poeta que habla en lenguas en “El lado oscuro del corazón” de Eliseo Subiela.
Así, uno podría pensar que se trataría de un cine club integrado por escritores o una manera de cobrarse revancha por el trato recibido por Hollywood. Bellow, Sontag y Burroughs vengándose por los agravios cometidos contra Fitzgerald, Faulkner y Chandler, todo mediante –sin querer queriendo- de pésimas actuaciones o apariciones gratuitas o vergonzosas. Aunque, por otro lado, se trataría tan sólo de notas curiosas al pie de la biografía, chistes privados que sólo casi nadie entiende, caminos oblicuos para entender sus obras.
De ahí que mi cameo preferido sea el de Kurt Vonnegut en “De vuelta al colegio”, una vieja película donde el desaforado cómico Rodney Dangerfield es un millonario analfabeto que retoma sus estudios universitarios. Una cinta trash y masiva, de chistes gruesos, que vi por primera vez en el Cine Pompeya, en Villa Alemana. Pero el punto no es ese. El punto es que Dangerfield, para aprobar el ramo de literatura contrata al mismísimo Vonnegut para escribirle los trabajos y, paradoja imbécil del cine, lo reprueban. “El que escribió esto no tiene remota idea sobre Vonnegut”, le señala la profesora a Dangerfield que luego reprende a Vonnegut y le avisa que “no te voy a pagar, la próxima vez contrato a Robert Ludlum”. Todo tiene, por supuesto, una ironía vonnegutiana que sintetiza de modo perfecto la forma en que se interpretan los escritores a sí mismos en el cine: como espectros a la deriva, y parodias sin sentido, mientras sostienen que la literatura, pese a lo que parezca, puede ser una mala o buena broma.
Revista de Libros, el Mercurio, 3 de marzo del 2006