Fue el año pasado. Subimos a
A lo que voy: me acordé –que era más que una marca generacional: era un síntoma de isocronismo pop, tal vez-de esa mención ahora, al momento de terminar “Fantasmas”, el último libro de Palahniuk. La razón: “Fantasmas” devuelve a un autor en plena forma luego de un par de libros irregulares –o domesticados- como “Nana” o “Diario”, ofreciendo, de paso, una metáfora feroz sobre el arte literario: unos cuantos aspirantes a escritores se inscriben en un taller y terminan matándose entre ellos de formas diversas, con la automutilación y el canibalismo incluidos. Lo inquietante es que, encerrados en un teatro vacío y a merced del hambre y la violencia, se cuentan historias unos a otros. Las mejores: la de unos soldados travestidos que reciben golpes para juntar dinero e ir de nuevo al Medio Oriente; la de una caja de pesadillas que vuelve loco a quien la mira; la de los últimos hombres lobo; la de una mujer que puede desatar una peste bíblica con sólo estornudar; la de una agente de policía que protege a unos maniquíes de abusos sexuales.
Son demenciales paradojas de terror doméstico donde la imbecilidad da paso a la violencia y el dolor compone una comedia asquerosa e insobornable. Pero en medio de esta alegoría de la estupidez contemporánea, se cuela una pregunta abierta sobre qué significa escribir en estos tiempos confusos.
No es que signifique demasiado pero sí se exhibe como algo indispensable: para Palahniuk, la ficción es el corazón de la cultura. Así, “Fantasmas” trata de cómo la literatura constituye la última frontera de la mitología; de cómo los escritores son chamanes mediáticos dispuestos a incinerarse a sí mismos para fundirse con su propio relato, para convertirse en él. En ese gesto, uno recuerda a James Frey, al Roth más onanista, a Germán Marín, a María Luisa Bombal, al Amis de “Experiencia”, al Piglia adicto a sus diarios de vida. Uno recuerda, leyendo “Fantasmas” esa verdad tan obvia que las escuelas de literatura intentan enterrar a cómo dé lugar: que el narrador es el autor y que toda novela esconde en el fondo una biografía.
Porque tenemos las historias que necesitamos, las que merecemos. Sus redactores son los mediúms de una comunidad agotada de sí misma; creadores de dioses escombrados y a la deriva, de héroes rotos, o asesinos, pervertidos, náufragos. Tal vez por eso, el poeta de
Domingo 24 de septiembre, RDL; el Mercurio.
*como la foto de portada es horrenda, coloqué una imagen de la vieja Doom Patrol que me parece notable.
*chequeen el texto de Hitchens sobre Ratzinger en Radar del Pagina 12. Notable.