Siempre he pensado que una de las mejores novelas sobre
Recuerdo “Fuera de control” y pienso en este año y en cómo ciertas ficciones televisivas –la de “Huaiquimán y Tolosa”, por ejemplo- han terminado por suplantar los docudramas que acostumbrábamos ver sugiriendo, de paso, ideas para una novela chilena imposible. Lo interesante es que no se trata de ficciones complejas si no más bien de paisajes, imágenes, cristalizaciones o reflejos, enigmas envueltos en acertijos que el espectador intenta resolver semana a semana.
Y no son dilemas menores, porque en la tele toca día a día los tabúes de la literatura chilena reciente. Aparecen ahí el olor a podredumbre de la calle, las culpas del pasado, los maquillajes de la crueldad, la violencia y los acomodos de todo tipo se exhiben una y otra vez en historias al parecer inofensivas.
Así, en “Huaiquimán y Tolosa” está todo lo que faltaba y fallaba en “La muralla enterrada” de Carlos Franz, que es aquello que ha quedado fuera de nuestras novelas de clase, empeñadas como están en lucir políticamente correctas, a la moda de una mitteleuropa que nunca existió. Pero no es sólo eso: el coa chapurreado y falso de Benjamín Vicuña es mejor que dos tercios de la poesía urbana novísima, escrita por malos lectores de Derrida que pretenden hablar como hiphoperos poblacionales.
No hay demasiada profundidad ahí pero sí algo de intuición, de aquel acto de plegar el lenguaje de la ficción al habla real y ver qué sale. “Huaiquimán y Tolosa” es televisión desechable pero tiene más carne que muchas novelas realistas. Porque nuestro realismo casi siempre, no se interna en la parodia. No viaja más allá de la mera foto y del fantasma de los glosarios que cerrraban las novelas de Mariano Latorre. Extraño: la literatura chilena ha aprendido poco y nada de Raul Ruiz, del mismo Moya Grau, de Vodanovic.
Y eso es paradójico, porque buena parte de los guionistas de televisión chilenos (entre ellos Nona Fernández, Marcelo Leonart o Alejandro Cabrera, por ejemplo) posan de escritores, publican cuentos o novelas, pero no cruzan sus propios límites, ensuciando su ficción con la misma basura catódica que producen. Puede que sea porque para ellos, los culebrones sólo les pagan el arriendo o la colegiatura de los niños y simplemente tienen miedo a cruzar la líne, temblando ante la idea de que su mejor obra está en pantalla y no en los libros.
No sé. Cuando veo “Huaiquimán y Tolosa” me doy cuenta de que algo ha cambiado: el realismo parece haber cedido a algo más complejo, más íntimo, tensando la cuerda que une ficción e identidad. Enésima reescritura de un molde ajeno –una serie argentina, todas las buddy movies del mundo- en dicha serie, como en “Fuera de control”, se siente el hálito de lo verdadero en la franqueza reveladora de lo apócrifo, aquella nitidez estúpida de las mejores novelas chilenas.