comelibros
Sunday, September 03, 2006
  de vuelta a la tierra

Lo básico: estuve fuera de circulación un buen tiempo. Cerrando una novela, que se llama “Caja negra” y que aparece por Bruguera la próxima semana. Es una novela extraña: no hay estudiantes de literatura melancólicos, ni adolescentes cocaínomanos, ni largos raccontos biográficos. No hay realismo a la chilena sino más bien lo contrario: películas clase B, comics japoneses y un par de apocalipsis cotidianos. Confesión: la novela que escribí es la que siempre quise leer y eso me gusta demasiado. Pero me desvío: me fui de acá y ahora vuelvo. Entremedio pasaron cosas: Fidel Castro renunció, le dieron el Premio Nacional a Varas y Revista de Libros pasó a ser publicada el domingo. Eso último es una buena excusa para volver. Por supuesto, cumplo con el deber riguroso de postear mi dos columnas más recientes: una sobre Hans Pozo y otra sobre Varas, Parra y el Premio Nacional. Eso. “Caja negra” tiene un blog que, me imagino irá creciendo estos días.

Correcto

Es extraño que tras tanta escaramuza previa, la adjudicación del Premio Nacional de Literatura a José Miguel Varas haya sido celebrada con inaudita moderación, casi como un mero trámite. Raro: todo el mundo parece feliz –desde Valente a Uribe, pasando por Promis y Jaime Concha- pero nadie grita de alegría. Nadie se vuelve loco, nadie imputa nada. Hay paz y consenso. Todos dicen que el galardón está bien y que Varas, merecía además y por qué no, el Nacional de Periodismo.

Por supuesto, esta actitud no tiene que ver con Varas sino más bien con un ambiente local donde brilla lo políticamente correcto como consigna. Ahí, es mejor no levantar polvaredas y votar por lo seguro. En ese contexto, a la hora de la elección, candidatos como Diamela Eltit o Germán Marín lucían bastante más problemáticos que Varas: ambos poseen lectores fanáticos o desquiciados, provocan odios paridos, poseen un corpus contradictorio, irregular y a ratos, esencial. Ambos, en esta misma revista, habían acuñado hecho declaraciones algo radicales: con propiedad, Eltit habló de una histórica justicia de género y Marín sostuvo –en una insuperable salida- que se trataba de un premio inmundo, de ratas. De ahí que ambos, a pesar de estar en las antípodas el uno del otro, podían leerse como incómodos para una institucionalidad donde la cultura –o una buena parte de ella- es una bomba que hay que desactivar a diario porque alguien puede resultar dañado.

Apenas días antes una que otra esquirla había saltado desde “Obras públicas”, la exposición de Nicanor Parra en el Centro Cultural La Moneda, donde la encargada terminó despedida. ¿La razón? A la Ministra de Cultura le pareció que “El pago de Chile” (un artefacto gigantesco con donde lucían ahorcados todos nuestros presidentes) podía resultar un tanto inconveniente. La polémica reafirmaba cierta idea que flota en el gobierno desde siempre: la libertad estética termina en el momento en que muerde la mano y pone en aprietos a la administración política de turno. Por ahí están los ejemplos de Sutherland, Dávila, Manuela Infante y Patricia Espinosa, cuya reseña de una novela de Marcela Serrano en “Rocinante” fue motivo de fricciones en la Feria del Libro de Guadalajara, donde Chile era invitado de honor.

De ahí que la reacción tibia ante el premio de Varas y el escándalo provocado por Parra se relacionen. Son síntomas de una tendencia lamentable: para cierto sector del campo letrado, es preferible una cultura que evite cualquier riesgo, experimentación o disenso. Ahí, cualquier tentativa de crítica o la sátira -incluso si vienen de un héroe canónico como Parra- son deslices vetados por funcionarios culturales o lectores que no han entendido jamás la palabra “ironía”.

Para ese sector la obra de Marín y Eltit son insoportables o desdeñables y Nicanor Parra es un anciano mañoso que se niega a jubilar. Ahí, son mejores las ficciones lineales y el kistch patrimonial del Neruda versero y la Mistral normalista. Más fácil trabajar con Gonzalo Rojas, que no anda metiendo las manos en los tarros de basura. Para ese segmento de la elite de turno, el arte no debe jugársela por nada y nunca es una indagación en nuestra confusión cotidiana. Hay conformismo ahí pero también fobia al qué dirán, a hacer el loco, a perder el poco estatus que se tiene. Pavor a llevar la contra. En momentos así uno recuerda versos de Maquieira y se pregunta si tenía razón cuando señalaba –hace más de veinte años- que habíamos sido “educados para atrás, bien preparados y sin imaginación” y “que acabamos con la tradición y nos quedamos sin sueños, pegados pero bien constituidos”.

Horror

Me gustaría saber qué habría dicho José Donoso del crimen de Hans Pozo. Me pregunto si le llamaría la atención, si le parecería literario, si estaría de acuerdo en que se parecía –por momentos- uno de esos infiernillos chilenos a los que era adicto.

No lo sé. El tema de fondo es el horror que se me aparece, en nuestra ficción, como una paradoja o un abismo: nada mejor –o peor- que esa clase de obras para procesar las pesadillas del presente y contactar con los monstruos que habitan en nuestro imaginario. Nada más político. O urgente.

Pienso en Pozo y en Donoso y en las preguntas que proponen. ¿Cómo escribir obras de género interesantes cuando la realidad te envía imágenes mil veces peores a la cara? ¿Cómo narrar sobre la “suspensión de la credulidad” cuando por mail –como una película japonesa- corren las fotos de aquel chico descuartizado y no puedes apartar la vista de algo que no quieres mirar? ¿Cómo escribir de literatura de terror cuando la realidad, por momentos, es infinitamente más horrorosa?

Es imposible esgrimir certezas. Los lazos entre el subgénero y la realidad son más precarios de lo que parecen: tengo a la vista una vieja antología de cuentos de terror chileno, prologada deficientemente por Héctor Velis Meza y que incluye a Poli Délano, Gonzalo Contreras y Mariana Callejas. Me llaman la atención los dos cuentos de Callejas, en especial uno sobre la venida del Anticristo en el campo chileno. Algo que luce más raro aún de lo que suena porque además –o antes- Callejas fue esposa de Michael Townley y estuvo involucrada en la muerte de Orlando Letelier. En su casa, en la época militar, fabricaban gas tóxico y torturaban. Y hacían tertulias literarias. Gonzalo Contreras escribió alguna vez en Rocinante su experiencia en dicho salón y Roberto Bolaño lo colocó como clímax de “Nocturno de Chile”.

Pero lo que me importa es la obra de la Callejas escritora: esos dos cuentos mediocres llenos de clichés. Relatos menores donde los golpes de efecto están justamente donde menos se los espera: en la afirmación de la identidad de la autora, antes que en los procedimientos estructurales de cada texto. Porque que Mariana Callejas escribiera terror es una idea es perturbadora, que pone en crisis toda nuestra concepción del género.

Porque uno piensa las acuarelas de Hitler, aquellos paisajes de hielo boreal y la falacia biográfica se aparece de golpe. Buscamos en los cuentos de Callejas las imágenes y señales de una violencia real; vamos tras eventuales confesiones de culpa o huellas de la experiencia y con eso también intentamos responder para qué diablos sirve esta clase de literatura. Pero no hay nada de eso ahí en esos cuentos; el mismo uso de los tópicos del género los ha limpiado sin querer, dejándolos como una colección de salidas obvia exhibiendo una paradoja poderosa: Lovecraft dado vuelta, lo fantástico como un lugar cómodo frente a una realidad regada de crímenes insoportables, inenarrables.

Puede ser. Leía en esta misma revista que un puñado de autores –entre ellos un amigo mío- está tramando una antología del género. Hay harto paño que cortar. Por ahí está Hans Pozo, sobre el que también saldrá un libro colectivo. Ahí están los cuentos de Callejas, flotando en una pequeña islita del canon. Está el costado bizarre de Donoso. Hay un lazo entre ellos, un flujo de energías y discursos que deforma nuestra lengua literaria. Material incandescente, se trata de brújulas hacia una zona de riesgo donde poner la mirada y la pluma: la fragilidad del relato del presente, la fractura de la memoria, los monstruos desbordando la letra.

 
Comments:
hola man!
welcome back! (aunque nunca te fuiste).
Feliz por Caja Negra, feliz por Ortega. La Tauzero Army meterá ruido os lo aseguro.
Keep in touch!!!
Todo lo mejor está por venir, man.

un killerhug para ti y un besote satánico de color rosado para la carlathrash.
 
Por fin de vuelta a la carga!!!

Trata de poner la tipografía más grande plis

Saludos
 
Buena maestro. Welcome back!
 
haré todo lo posible por robar caja negra, felicitaciones por el arrojo.

Toda la razón en la primera columna, pero detrás de eso se ve algo muy común. Papá estado, y nosotros como hijos que se creen independientes pero siguen pensando en lo que él diga. Con la atroz educación básica chilena siempre seremos criados como dice maquieira. Mejor tranquilo, en la casita, mostrando a los amigos y a quien le guste. Chile tiene esa visión estatista aún en medio del neo-liberalismo-zalbage. ¿Pq el premio más importante tiene que ser uno dado por el estado? Tarea para la casa.
 
Esop, se le da demasiada importancia a un premio que otorga la autoridad política ¿Cómo no esperar que la decisión sea política? Las Artes decidieron hacer su Altazor y premiarse entre ellos, pero sólo demostraron su propia fijación oral dementiae praecox auto-pedofílica.

Ah, en Buenos Aires encontré "El Libro de los Condenados", de Fort. Y me compré el HAUNTED, de Palahniuk. A ver qué pasa.
 
Pasaba por acá. Buen blog.

Aragorn Invent
www.elzilic.cl
 
Felicitaciones. La cagó CN. Es una delicia pop
 
no califiqué para los links :-(

Oye Alvaro, pon el link al blog de Caja Negra.
 
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