El sujeto se llama Fabio, es italiano, musculoso y se hizo famoso por ser el modelo de la portada varios cientos de novelas románticas. En ellas luce alternativamente como pirata, Conan el bárbaro o un renegado sudista. Fantasía lúbrica de una legión de mujeres, Fabio les importa más que las ficciones de los libros donde él posa. Estrella del universo de la cultura basura contemporánea, Fabio mereció incluso un especial del canal E! donde fue posible enterarse –no sin algo de pavor- que incluso escribió algunas ficciones y que el punto más dramático de su carrera de accesorio literario fue el momento que una gaviota se le estrelló en la cara mientras subía y bajaba por una montaña rusa. Así, su historia es estúpida pero ilustra el poder que pueden llegar tener alguno de uno de esos volúmenes: algunas mujeres se desmayaban, estallaban en llantos y gritos al ver a Fabio.
Un poder, por cierto, no despreciable. En nuestro caso, se podría contar la historia de la literatura chilena a través de esas imágenes: un camino que lleva desde las remotas ilustraciones expresionistas para Manuel Rojas en Zig- Zag, pasando por los tonos rojos o naranjas de Quimantú y más tarde por ese horror sin estilo de los 80 sintetizado en aquel diseño concha de vino de la colección que repartía Ercilla; todo hasta llegar a esas fotos granuladas de Los Andes y los cuadros express de Guillermo Tejeda para el primer momento de Biblioteca del Sur de Planeta, con ese look hecho de pony tail y flamante socialismo renovado. Por supuesto, en esta historia no hay ningún Fabio. Nadie se demayó, que yo sepa, al ver ninguna portada.
Pero el ejercicio vale para el presente también. Más que las polémicas de la prensa, basta ver las cubiertas de los libros para saber de qué va cada editorial. A la rápida: Planeta lucha por medio de rojos y colores fuertes; Sudamericana le apuesta al gris, al pastel y lo clásico; LOM hace usos brillantes o impresentables del photoshop; Alfaguara usa todos los anteriores y no se decide por ninguno. La mejor del momento: la de “La era ochentera”, que es tan kistch que llega a dar gusto. Cada diseño de carátula señala estéticas, políticas, modo de entender el negocio de los libros. Delata ambiciones, golpes de efecto, precariedades. Lo raro es ahí, pese a la pelea por el público todo es normal. Nadie se excede. Nada parecido al cartón y la témpera de Eloísa Cartonera, o aquel perro defecando que era logo de Economía de Guerra, el sello de Marcelo Mellado.
Estas portadas no sólo presentan al libro también diagnostican la relación de su imaginario con el presente. Y no demuestran mucha imaginación, salvo honrosas excepciones. A principios de los 90, Planeta Biblioteca del Sur logró una colección de imágenes tan potente como inolvidable: “Vaca sagrada”, “Mala onda” y “Gente al acecho” tenían carátulas efectivas a tal punto que lograban modular los contenidos del libro entero. No sé si ahora la sintonía entre diseño, mercado y literatura sea tan fina. A lo más, parece que estos días se hubiera desatado una guerra para ver qué libro luce más estridente. “Enchula tu libro” parece ser la consigna: demasiados colores eléctricos capaces de, en una de esas, cegar al lector. Pero ni pasa de ahí, a lo más cumplen. ¿Qué falta entonces?. Faltan demonios, monstruos, grabados antiguos, citas a Coré, Norman Rockwell y Warhol, falta fetichismo bibliófilo, erotismo que linde con la pornografía, imágenes paganas, golpes de genio, riesgo y, por supuesto, toneladas de ironía.